Falleció ayer a causa de cáncer de páncreas. Se dedicó a la cocina dominicana por más de 50 años

Una dama de la gastronomía dominicana, enérgica, atenta, saludable, empática, trabajadora, buena esposa, madre, compañera y amiga, así siempre fue por naturaleza doña Esperanza Lithgow. Sin embargo, el cáncer de páncreas le apagó ayer esa luz radiante que la caracterizaba. Hace aproximadamente un mes y 15 días la “Maestra de la Gastronomía” fue diagnosticada con la afección maligna, la cual le provocó hace una semana un derrame cerebral, que la mantuvo ingresada en un centro de salud.

La primera vez que escuché hablar de doña Esperancita, fue en el 2015, cuando apenas iniciaba en las labores periodísticas en el Listín Diario. Aunque mi primer contacto con ella fue a través de una llamada telefónica, supe de inmediato que era una mujer maravillosa, no por el hecho de ser una de las cocineras más destacadas y reconocidas del país, sino por su trato afable.

Confieso que cada vez que tenía el reto de escribir un reportaje sobre gastronomía pensaba en ella, y es por ello, que lo que comenzó como un intercambio de preguntas y respuestas entre una periodista y una cocinera, se convirtió en un lazo de abuela e hija. Cada vez que la veía, estaba elegante (siempre se preocupaba por su aspecto físico), sonriente, de buen humor, y sobre todo, llena de salud.

Hablábamos muy seguido y, de vez en cuando, la visitaba para hablar de platos y de sus experiencias en otros países. En uno de esos momentos, describió la cocina como arte, donde todo cocinero, antes de entrar, debía vestirse de humildad.

De sus 83 años, más de 50 los dedicó a la cocina dominicana. Escribió tres libros, realizó charlas y creó varias escuelas dedicadas a la formación gastronómica. Dirigió programas televisivos y escribió columnas en el periódico Última Hora sobre el tema. Además, por su incansable labor, recibió múltiples reconocimientos y nos representó en más de 15 países.

Nunca pensó en retiro. Tampoco sentía un impregnado deseo de ser figura en los medios de comunicación. Sin embargo, su esposo Franklin Lithgow y yo, no pensábamos igual. Compartíamos la idea de que su legado debía seguir vigente y que la gente merecía saber los pasos que ella había dado y se mantenía dando en la gastronomía dominicana, ya que la consideraba con sabores exquisitos y platos muy extensos.
Para Esperancita, la gastronomía de República Dominicana lo era todo, ya que hizo un gran esfuerzo para mostrar al mundo que la cocina de su nación tiene potencial para ser reconocida y ser posicionada a nivel internacional. En el año 2011, por resolución del Consejo Nacional del Ministerio de Cultura, se le concedió el título de “Maestra de la Cultura Gastronómica Dominicana”, en un acto público en la feria del libro. Además, hace unos años el Instituto Culinario Dominicano, adscrito a la Universidad de Puerto Rico, la nombró como un referente de calidad por realizar un arduo trabajo en defender y promocionar la gastronomía del país. Durante el período de gobierno del presidente Leonel Fernández, también fue reconocida por su labor en el arte culinario dominicano. Esperancita fue una profesional de las artes culinarias desde hace alrededor de cinco décadas, destacándose como reconocida maestra en la enseñanza de elaboración de platos criollos e internacionales. Desde entonces, llevó la comida de República Dominicana a diferentes países, entre ellos, Argentina, Rusia, Estados Unidos, Panamá, Perú, España, Brasil, Francia, China, Corea, Venezuela, México, Canadá, Japón e Italia.

Aunque un cáncer, de repente, nos la haya arrebatado, su historia permanecerá escrita en los diarios y navegará en las páginas de la Internet, mientras que su buen trato y amabilidad quedarán en nuestros corazones.
!Paz a su alma!.

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