Lamentablemente la dictadura trujillista ensució el concepto de civismo al promover el adocenamiento, el caliesaje, el chovinismo y el culto al poder autoritario. En síntesis, ser un buen ciudadano para el régimen era someterse a la dictadura y sus perversiones. Ajusticiado el sátrapa esa mentalidad se mantuvo durante el balaguerato con la estulticia del anticomunismo y la famosa frase “por órdenes expresas del presidente”, que todavía muchos funcionarios de pacotilla utilizan. Parece que todo el civismo se reduce a obedecer a quien tiene el poder.

Civismo y política están emparentados por sus raíces griegas clásicas. Vivir en la ciudad o polis es asumir un conjunto de responsabilidades por el bien común y la armonía entre los ciudadanos, los habitantes de la polis. Contrario a la vida salvaje -recordemos la vida en naturaleza previa al pacto social de los pensadores modernos y los trogloditas de Montesquieu- la vida en la ciudad demanda modos y hábitos muy especializados por el hecho de la cercanía de quienes habitan en ella y la necesaria colaboración
Más que un conjunto de reglas -como nos mal acostumbraron con ridículas cartillas- el urbanismo demanda una actitud fundamental que reclama un respeto absoluto a las reglas y leyes legítimas para la convivencia, y un espíritu ético que siempre tiende a buscar frente a cualquier dilema el
La ciudad está intrínsecamente dirigida a formas democráticas. No olvidemos la experiencia ateniense y las urbes italianas del renacimiento. Es la democracia y el mercado libre lo que impulsa la vida ciudadana, unido a un fuerte compromiso con la calidad de vida de sus habitantes y el medio ambiente.

Cuando las ciudades existen en el seno de gobiernos autoritarios o los administradores de las urbes actúan de manera arbitraria, inmediatamente se nota como el civismo se apaga y el espacio urbano se convierte en selva.

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