Los discursos de odio que se han propalado desde diversas instancias políticas y sociales, y hasta incluso desde el anonimato de redes sociales con nombres falsos, contra los emigrantes haitianos que viven y trabajan en nuestra sociedad está generando una grave anomia moral. La escena de un pequeño niño haitiano abrazado a su madre que estaba dentro de una de las jaulas en camiones que usa Migración, mientras muchos le pedían al conductor que se detuviera y él seguía avanzando, nos comunica que muchos segmentos de nuestra sociedad han perdido el mínimo respeto por la vida de los seres humanos.
Semejante ocurre con la cultura machista que ha calado tan hondo que muchos hombres matan brutalmente a mujeres que decían amar y a veces también a sus hijos y otros familiares, para terminar esa orgía de sangre con su propio suicidio. Esa patología social que no reconoce la libertad de los otros y que bloquea la maduración emocional de las personas, sobre todo de los hombres, sigue propagándose desde canciones, la cultura popular, algunos púlpitos y un sistema educativo que no lo trasciende.
La excitación por el ruido que genera un aparato de música a todo volumen, en la casa, el colmado o un vehículo, hasta literalmente dañar los tímpanos, se ha convertido en norma y no excepción. Violentando de manera vulgar el derecho de los demás a no ser contaminados sónicamente y poder disfrutar del silencio. Es una expresión agresiva de la cultura dominicana en el seno de los conflictos sociales y la absurda afirmación de quienes se sienten marginados.
Son tres casos, de otros muchos, donde descubrimos que la moralidad -en cuanto normas para la buena convivencia- está siendo destruida para imponer un orden social violento donde la vida humana no merece cuidado, el amor es pura posesión y la individualidad se sobrepone groseramente a los demás. Construir una moral social demanda tiempo, pero hoy es un buen día para comenzar, con palabras y hechos.