Un tema de permanente debate cuando se trata de la enseñanza de valores es si se educa apelando a la razón o sirviendo de ejemplo. Hasta en los evangelios aparece Jesús enfatizando a sus discípulos que hicieran lo que los fariseos predicaban, pero no lo que ellos hacían. No obstante, la experiencia nos muestra que con leer manuales de civismo no se han forjado generaciones de valía.
Si por lectura fuera los miles y miles de dominicanos y dominicanas que se educaron leyendo la Cartilla Cívica para el pueblo dominicano serían una legión de ciudadanos íntegros, pero al ver todos los crímenes y robos cometidos durante la tiranía trujillista, el triunvirato y el balaguerato, la letra no les sirvió mucho, en cambio la ejemplaridad del sátrapa, asesino y ladrón, forjó a civiles y militares hasta el presente en la corrupción.
Debemos por tanto volver a una cuestión que muchos autores plantean y cuyo valor demuestran los hechos, y es la formación que los niños y jóvenes reciben en sus familias (y por familia entiendo a la comunidad que te quiere, te protege y forma). No basta que se llame familia (puede ser un infierno, lleno de abusos y violaciones), sino que con quienes vives (papá y mamá, madre sola, abuela, otros.) constituyan un espacio de amor, respeto y formación.
El otro aspecto es que la sociedad reconozca y promueva a las personas que efectivamente cultivan valores cardinales. Si por el contrario vivimos en un entorno donde por serio se te considera pendejo, por ser solidario se te ridiculiza o por decir la verdad se te estigma como chivato, el cultivar valores se convierte en una prueba difícil que muy pocos logran mantener en el tiempo.
Para que el civismo y la integridad no tengan carácter heroico y puedan convertirse en una suerte de normalidad, tenemos que esforzarnos en que la educación, la vida política y económica, y el cumplimiento de la ley, se sostengan en valores.