Toda muerte es dolorosa y cada vez que ocurre una pérdida la estela emocional en las familias es irrecuperable. Si niños pequeños, es algo especialmente sensible y estremecedor para sus padres. Un duelo infinito, sobre todo cuando sucede debido a situaciones que podían evitarse si hubieran existido medidas de control y vigilancia, como el caso del niño de siete años que pereció aplastado por una estructura de baloncesto en una escuela. Solo los padres sabemos la dimensión de estas pérdidas tempranas. Como dijo Dwight Eisenhower, expresidente estadounidense: “No hay tragedia en la vida como la muerte de un niño. Las cosas nunca vuelven a ser como eran”.

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