Estimado papa Francisco: eres la persona que más admiro en el mundo; lo digo en tiempo presente porque todavía no asimilo tu partida. La pasada Semana Santa la pasé prácticamente en el Vaticano. Anhelaba verte, a sabiendas de que, en tal caso, sería de lejos; me conformaba con mirar tu sotana blanca, tu mitra, tu fanón, tu palio o tu báculo. Y que llegarías en tu “silla de ruedas bendita” sonriente, con esa expresión de paz que conquista al más guerrero.

En los actos religiosos yo era una gota en el mar de fieles que te esperaba con amor, esa palabra fue tu punta de lanza para conquistarnos más. ¿Vendrá el Papa? Era la pregunta obligada. Muchos nos empinábamos con la esperanza de que te presentaras. Ya el domingo, en tu última aparición pública durante la bendición Urbi et Orbi, estaba tu corazón dando sus últimos latidos.

Fuiste el Papa del Pueblo, el Papa de los Pobres, el que nos dio cátedras de humildad y sencillez, el que predicó no juzgar al prójimo de manera ligera, el que promovió la paz, el respeto a los migrantes y una mejor distribución de las riquezas.

Lograste la hazaña de ser un líder planetario. Todos te respetaban: cristianos, islamitas, budistas, hinduistas, ateos, agnósticos, capitalistas, socialistas, anarquistas, reaccionarios, negros, blancos, amarillos, rojos… Te presencia, tu carisma, tu voz y todo tu ser, inspiraron unidad en un escenario internacional complicado y divido por múltiples razones.

Y enriqueciste las enseñanzas de la Iglesia, especialmente en lo social, en lo humano, en lo que pensaba Jesús. Escuchabas paciente y a la vez reclamabas cuando Dios te lo indicaba. En mi caso, tus palabras eran como un templo y por ello aparecen con frecuencia en mis artículos.

Aprendí mucho de ti, con la ventaja de que mi principal mentor en la vida fue uno muy parecido a ti, ambos jesuitas, íntegros, inteligentes, de fácil expresión, hijos de Dios como nadie; me refiero al padre Ramón Dubert, nacido en España, pero entregado en cuerpo y alma a difundir con hechos el Evangelio.

Querido papa Francisco, lloré cuando el lunes escuché al cardenal Kevin Joseph Farrell expresar: “Queridísimos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro santo padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia”.

Entonces, parece que es verdad, fue una nota oficial, aunque no sé cuánto durará mi duda de que si estás entre nosotros o en realidad partiste. Mientras tanto, papa Francisco: ¡Gracias por tus aportes a la humanidad!

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