El dominicano es tardo, comprensivo, piadoso, humano y dadivoso, muchas veces resiste en forma estoica el maltrato e incomprensión de los demás, pero cuando se cansa y despierta, es como fiera que nada detiene en defensa de sus cachorros. Al parecer eso está ocurriendo ahora ante los abusos de Haití.

En la tercera década del siglo XX, cuando los vecinos intentaban ocupar esta parte de la isla, y hacen lo que hoy, ocupan masivamente zonas claves y se adueñan de parte del territorio, el entonces gobernante, Rafael Leónidas Trujillo Molina, recurrió a todo para persuadirlos y nada valió.

Acudió al Vaticano y firmó con la curia el denominado Tratado de Dominicanización de la Frontera, donde como hoy, hasta misas y cultos eran en creole. Este convenio fue firmado, precisamente el 27 de febrero de 1935, pero los haitianos insistían en su propósito hasta que fue preciso lo ocurrido en 1937.

Casi un siglo después andamos en la misma situación ante la mirada indiferente de la comunidad internacional, pero se están dando los pasos para evitarlo con el despertar de organizaciones, de personas e instituciones que reclaman la repatriación total y sin pena, de todos los indocumentados haitianos que tienen al país patas arriba.

El encuentro convocado por el presidente Luis Abinader con los exmandatarios Danilo Medina, Leonel Fernández e Hipólito Mejía, es una valiente y atinada decisión.

El apoderamiento del Consejo Económico y Social (CES), para discutir y sugerir las medidas que resuelvan este gran problema, debe tener frutos positivos.

El país ya está en pie y los dominicanos sensatos decididos a resolver el grave problema de la abusiva ocupación a cualquier precio. Si no es ahora, luego será tarde.

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