Uno de los problemas más críticos que delataba a nuestra anémica democracia era la falta de continuidad de los actos de Estado cuando ocurría una transición en el poder. Las obras del predecesor podían fácilmente quedar convertidas en ruinas, condenadas al olvido. Los odios y prejuicios primarios de los actores políticos se traducían en aversión por lo realizado, aún sin terminar, por el gobierno anterior. Pero Luis Abinader parece inscribirse en otro pensamiento, en un temperamento de la modernidad que entiende que el gobierno es uno, y que corresponde al jefe de Estado dar seguimiento a los proyectos inconclusos. Lo hace con las circunvalaciones de Baní, Azua, Domingo Savio, y Los Alcarrizos, y otras.

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