En lo que ha devenido como una tradición de la democracia criolla, la tregua de Navidad, este año no fue necesaria. A nadie se le ocurrió proponerla. Era muy obvio que no tenía razón de ser. La crisis pandémica por un lado se impuso en el triste panorama, y el un año fue electoral. Después de los resultados, los ánimos no han estado para levantar la voz en ciertos estamentos de la oposición. Con las denuncias de corrupción anda de capa caída y la realidad ha sido más fuerte que cualquier impulso. Lo mejor ha sido pasar estos días en tranquilidad, sin necesidad de concertar ninguna tregua. No hay lugar. ¿Para qué?

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