El pasado fin de semana se celebró en Washington la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), un mecanismo de relativa notoriedad que en este último encuentro logró visibilizarse por las personalidades controversiales que estuvieren presentes, entre ellas el precandidato presidencial republicano, Donald Trump; así como los presidentes de El Salvador, Nayib Bukele; y de Argentina, Javier Milei.

Este conclave cuenta con el respaldo y la organización de entidades políticas conservadoras estadounidenses, que perciben en Trump posibilidades reales de triunfo, no tan solo para posicionarse como el candidato presidencial republicano, apuntalado en el éxito que viene teniendo en estados claves, como lo fue en última instancia Carolina del Sur, sino proyectándose al decisivo escenario electoral de noviembre, con un Joe Biden como virtual candidato demócrata, con niveles rezagados de popularidad y cuestionamientos desde diversos litorales sobre sus capacidades cognitivas y su estado de salud en general.

Los sectores que intervienen en el CPAC buscan tener una mayor influencia interna y externa, lo que tiene su lógica a partir de la agenda de intereses y como la multipolaridad está ganando terreno, en el que ellos deben mantener sus espacios y alcanzar otros. Es por esto que países tan distantes y disímiles como Brasil, México y Japón, han tenido versiones del citado mecanismo, que además hace mediciones para escoger al mejor presidente y los sentimientos que priman dentro del segmento conservador.

En tal sentido, algunos analistas vienen coincidiendo que hay una tendencia que favorece el posicionamiento de los gobiernos conservadores, tradicionalmente asociados a la derecha, a partir de los señalamientos contra los gobiernos socialistas y puramente de izquierda.

Los gobiernos de derecha y extrema derecha se han perfilado como una alternativa en sociedades latinoamericanas, por el descrédito de las administraciones socialistas en la última década, involucradas en sonados casos de corrupción, por no saber manejar los procesos de inestabilidad económica, de crisis internas y en las relaciones bilaterales.

Figuras como Nayib Bukele, en El Salvador; y Javier Milei, en Argentina; forman parte de esta nueva camada, tal como lo fueron en su momento Donald Trump, en Estados Unidos; y Jair Bolsonaro, en Brasil.
A propósito de esto, el sector político que dirige Bolsonaro logró canalizar favorablemente el descontento social en una movilización ciudadana bastante concurrida que el domingo 25 de febrero reclamó la renuncia del presidente brasileño, Lula da Silva, que a todas luces tendrá que lidiar con una oposición que luce envalentonada y compacta, a pesar de la inacción durante un aňo.

Por otro lado, aunque a los gobiernos de Gustavo Petro, en Colombia; y Gabriel Boric, en Chile, todavía les queda mucho tiempo y la reelección no está permitida constitucionalmente, tienen en común su ideología socialista, escasos niveles de aprobación y las protestas masivas que en cualquier momento coyuntural toman espacio, creando las condiciones para que emerjan liderazgos políticos alternativos, al igual que sus corrientes políticas.

El curso de los acontecimientos irá definiendo el devenir de los países americanos, muchos de ellos caracterizados por el empoderamiento ciudadano, el afianzamiento de la democracia y con ella las debidas garantías para la realización de elecciones transparentes, donde el pueblo es capaz de elegir las mejores propuestas.

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