Este país parece una coreografía irrespetuosa. Un sitio donde Tokischa es trending topic por existir, por gritar lo que otros callan, y al mismo tiempo, el escritor que sangra cada página se queda con la tinta seca en un rincón del internet. En Bella Vista se ofenden, en Capotillo celebran. El arte, mientras tanto, muere sin ruido entre banners de apuestas y noticias de reggaetoneros con más lírica en sus tatuajes que en sus canciones.

Aquí, ser culto es un acto subversivo. El Ministerio de Cultura, ese Frankenstein burocrático, no une, no impulsa, no dirige. Cada institución va por su lado como si la cultura fuera una colcha de retazos mal cosidos. El teatro tiene goteras, las bibliotecas huelen a abandono, los museos se sienten como mausoleos. Y mientras tanto, se invierte dinero en educación como quien echa agua en un saco roto, sin un programa serio que enseñe a leer más allá del WhatsApp.

“Dominicana Lee” era una promesa, un espejismo que duró lo que dura un discurso de toma de posesión. El ministro anterior lo enterró sin una nota de duelo, traicionando a los pocos que aún creen que leer no es solo mover los ojos, sino abrir la cabeza. Ese ministro que tenía nombre de ángel, pero obraba como demonio administrativo.

Y ni hablar del idioma. Lo están matando a memes, a gritos, a likes. El Gobierno quiso regular el buen decir y lo soltó como quien suelta una papa caliente al primer hilo de Twitter que se le vira. El lenguaje, ese músculo que nos define, se oxida mientras los influencers dictan sentencia y la burocracia se agazapa en el silencio.

Los medios, que deberían ser el contrapeso, venden titulares como si fueran hamburguesas. Rápido, barato, repetitivo. La dignidad no da views. La verdad, tampoco.

Y, sin embargo, queda la palabra. Todavía. Aunque cojee, aunque la desprecien, aunque la ignoren. Porque si no la rescatamos, si no aprendemos otra vez a hablar con sentido, a leer con ganas, a escuchar con respeto, vamos directo al abismo. Porque mientras Tokischa grita, “Dominicana Lee” calla. Y eso, eso sí que debería escandalizarnos.

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