David Collado no anda: se desplaza como si el suelo fuera opcional. Siempre con el saco a la medida, la sonrisa cargada, el discurso afilado como folleto turístico. Parece salido de una charla TED más que de una convención del PRM. No grita, no confronta, no tuerce el gesto. Es un político que huele más a perfume caro que a pólvora electoral.

Su entrada en la política fue casi quirúrgica: el emprendedor limpio, el gerente de traje entero, el diputado que se convirtió en alcalde sin necesidad de trincheras. Ganó el Distrito Nacional sin meterse en el lodo. Prometió calles limpias, aceras nuevas, árboles plantados. Nada de líos, todo presentable. Fue política en su versión más estética: sin estridencias, con infografías. Y gustó. A una clase media agotada de gritos y clientelismo, Collado le cayó como un filtro de Instagram en un barrio sin luz. Mientras el PLD se enredaba en lealtades tóxicas, él se deslizaba como si estuviera hecho de otra pasta.

Después llegó a Turismo. Y más de lo mismo: resultados, estética, eficiencia. Vendió al país como una empresa emergente con playas. Dio cifras, firmó acuerdos, repartió sonrisas en ferias internacionales. Si el turismo se recuperaba, era mérito suyo. Si no, culpa del contexto. No hay manchas porque no pisa charcos. Para él, la política es más pasarela que combate.

Y sin embargo, su nombre resuena fuerte entre los presidenciables del PRM. No tiene una estructura de hierro, pero sí encuestas. No tiene ideología, pero tiene presencia. Lo ven, lo escuchan, lo miden. Y eso, en estos tiempos de política como espectáculo, cotiza alto. Collado parece diseñado para parecer presidente antes incluso de querer serlo.

No ha dicho que quiere. Pero hace todo lo que hace alguien que quiere: recorre el país, se deja querer, cuida cada palabra. No confronta, no opina de más. Habla de unidad, de futuro, de trabajo. Se mueve como si el suelo quemara. Porque sabe que su capital no es el carisma ni las ideas, sino la imagen de tipo decente.

Y ahí está el problema: ¿cuánta sustancia hay detrás de la fachada? Porque una campaña presidencial no se gana con likes ni con frases inspiradoras. En algún momento hay que fajarse. Hay que discutir, ensuciarse, pelear. ¿Está Collado hecho para esa pelea? ¿Puede plantarle cara a un León de la política como Leonel Fernández, curtido en mil batallas?

En el PRM lo observan con recelo. No porque no guste, sino porque no es de nadie. Y en política, no ser de nadie es como ser un turista en tu propio partido. No tiene aparato, no emociona a las bases. Tiene popularidad, sí, pero eso sin estructura es como una carcajada en un funeral: suena, pero no cambia nada.
Muchos lo ven perfecto… para lo que hace ahora. Un embajador con ministerio. Un funcionario que no incomoda, que no polariza, que luce bien en las fotos. Pero ¿puede liderar un país donde las sonrisas duran menos que un subsidio y donde las crisis no se resuelven con likes?

Collado parece hecho para un país que no existe. Uno donde basta con ser decente, donde la prensa favorable sustituye a la militancia, donde la imagen gana más que la calle. Pero ese país no es este.
Aquí, el poder lo conquistan los que lo necesitan como el aire. Y ahí, con todo su brillo, Collado puede quedarse corto. Porque al final, lo que define a un presidente no es cómo flota, sino cuánto está dispuesto a hundirse para llegar.

¿Estará David Collado dispuesto a cambiar de forma en el tiempo que falta, primero para ganar en el PRM y luego en el país?

Esperemos. Nos vemos el lunes con Eduardo Sanz Lovatón (Yayo).

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