En la actualidad la economía dominicana, al igual que otras economías de la región, está siendo asediada por diversas dificultades que amenazan con profundizar el deterioro en la calidad de vida de la población que ya se manifiesta a través del desempleo y la inflación. Actuar a tiempo y de manera efectiva es el imperativo del momento.

En este punto, sigo confiado en la resiliencia de nuestra economía y soy optimista que sobrepasaremos exitosamente los desafíos del presente. Sin embargo, entiendo que por la complejidad de algunos de ellos y la simultaneidad como se manifiesta el conjunto de estos problemas, para afrontarlos de forma rápida y exitosa, se requerirá el concurso y la buena voluntad de todos: autoridades gubernamentales, partidos políticos, poderes fácticos, grupos de presión y de la ciudadanía en general.

Los principales desafíos que asedian nuestra economía en lo inmediato, en resumen, son los siguientes:

Recuperar el tejido productivo y el empleo, particularmente la micro y pequeña empresa. Solo en el sector formal se requiere crear unos 250,000 puestos de trabajo que se han perdido por efecto de la crisis. Alcanzar este objetivo en este año enfrenta las dificultades de las medidas restrictivas que se mantienen para contener la propagación del virus que afectan los negocios, la dificultad de reactivación de las empresas cesantes y un sector turismo débil, afectado por las restricciones a los viajes internacionales establecidas en importantes mercados emisores y la incertidumbre de cuándo se logrará la inmunidad de rebaño que permita normalizar los viajes.

La inflación acumulada y la que se proyecta en los próximos meses continuará erosionando el poder de compra de los asalariados, lo que presionará por un incremento del salario mínimo que próximamente cumplirá dos años de haberse reajustado y que es el tiempo establecido por ley para su revisión. Con un tejido productivo golpeado por la crisis no parece fácil que se pueda avanzar rápidamente en superar este desafío.

El país está enfrentando un choque externo importante cuya magnitud todavía se desconoce porque es un evento en proceso, pero que se prevé que deteriorará de manera significativa la balanza comercial del sector externo, debido a los aumentos de precio del maíz, soya, trigo, gas, petróleo y el costo de los fletes navieros, entre otros. Además, el déficit de la balanza comercial se agravará por la recuperación de las importaciones provocada por la normalización de la mayor parte de las actividades productivas.

El deterioro de la balanza comercial combinado con el débil desempeño proyectado del turismo, generará presiones sobre las reservas internacionales del Banco Central y, eventualmente, depreciación del tipo de cambio posiblemente en el segundo semestre del año. El nivel histórico de reservas alcanzado a finales de 2020, permite a las autoridades monetarias garantizar temporalmente la estabilidad del peso, pero si persisten las alzas de precios de los bienes mencionados, las autoridades no tendrían más alternativa que permitir que el peso se acomode a las nuevas condiciones prevalecientes en el sector externo de la economía.

En los próximos años el país continuará requiriendo el financiamiento de los mercados financieros internacionales para financiar los déficit públicos, por lo que se requiere revertir con urgencia el deterioro de las cuentas fiscales para hacerlas sostenibles y garantizar el cumplimiento del servicio de la deuda pública. La celebración del pacto fiscal anunciado por las autoridades no se prevé sencillo, no solo por su complejidad y los intereses contrapuestos que tradicionalmente se expresan en estas negociaciones, sino también por las condiciones de fragilidad del mercado de trabajo y del aparato productivo.
El éxito tendremos que construirlo entre todos.

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