La guerra civil española, acontecimiento histórico que fue el preludio de la Segunda Guerra Mundial, si bien constituyó una tragedia para España y el resto del mundo democrático con la victoria del fascismo, favoreció a nuestro país que fue receptor de lo mejor del exilio republicano. Además de haber recibido artistas, intelectuales y juristas, quienes contribuyeron, a partir del año 1939, de manera excepcional al desarrollo de nuestra cultura, también recibimos maestros quienes aportaron sus conocimientos en la formación de generaciones de dominicanos. Santiago fue beneficiaria directa de un ilustre maestro, José Giménez Miralles, Don Pepe, fundador y director del Instituto Iberia en la calle del Sol 57, institución representativa de la mejor tradición educativa de nuestra querida ciudad.

El equipo de la escuela estaba integrado por Don Pepe, su esposa Doña Luisa, y Víctor Martínez, sobrino de la pareja, y quien era tratado como un hijo, pues ellos no tuvieron descendencia, así como también por otros formadores, cuyos nombres escapan a mi memoria.

Hoy me he enterado del fallecimiento del señor Víctor y he querido, como una muestra de gratitud para su memoria, escribir estas sentidas líneas que traducen mi afecto y gratitud para con él, Don Pepe y para con Doña Luisa.

Permanecí en el Iberia por 4 años, período de mi vida que fue de vital importancia en mi formación escolar y que se tradujo positivamente en mi posterior formación académica. El señor Víctor tenía la responsabilidad de las materias de séptimo y octavo curso, y confieso que los conocimientos de aritmética, geografía e historia universal, ciencias naturales, lengua española y gimnasia, me han servido a lo largo de mi vida, y fueron la obra de un maestro competente, exigente y preocupado por la formación integral de sus alumnos.

En el Iberia ingresé siendo un niño, allí hice amistades que aún perduran a través del tiempo, y quienes han contribuido desde sus diversas ocupaciones, con los mejores intereses de la nación dominicana. Entre mis compañeros cito, a título de ejemplo: Eduardo Almánzar, Eduardo Lara, Héctor Jáquez, Mario Ulises Batlle Franco (+), Henry Sadhalá, José Ramón Albayne, Onofre Lora, José Antonio Rodríguez, Rodolfo Manzano, Alejandro Espaillat, Alejandro Fondeur, Andrés Gustavo Pastoriza, Gerónimo Martínez, Benjamín Montás (+), y otros que escapan a mi memoria.

En la cancha del Iberia realizábamos, los viernes en la tarde, una actividad muy apreciada por la mayoría de nosotros. Era el señor Víctor, quien dirigía con celo especial las clases de gimnasia. Me viene al espíritu un acontecimiento que sucedió en el marco de nuestras actividades gimnásticas y a partir del cual fue suspendida la práctica del boxeo como actividad deportiva. Los contendientes en la primera y última actuación boxística fuimos quien suscribe y Benjamín Montás, quien era hijo del general Montás Guerrero, quien se desempeñaba como comandante del Ejercito en nuestra ciudad. En el único y primer round, le propiné a mi compañero un golpe en plena quijada que lo lanzó al suelo. Felizmente no hubo mayores consecuencias, pero la sensatez de nuestro querido tutor decidió erradicar el boxeo de las actividades deportivas del Iberia.

En la cancha se realizaban todo tipo de actividades, estuve presente junto con mis compañeros de octavo curso, en la celebración de la boda del señor Víctor y de la señorita Elvira Portela.

Los acontecimientos que relato y que me han marcado para el resto de mi vida se desarrollaron durante los años 1956 y 1960, época que a pesar del oprobioso régimen político que vivía nuestro país, mis amigos del Iberia y yo, estábamos al margen y en la ignorancia de esa circunstancia y disfrutamos de una niñez feliz.

Entiendo que la gratitud es una virtud esencial de los seres humanos, entonces concluyo estas líneas ratificando mi eterno agradecimiento al señor Víctor, pidiendo al Señor paz para su alma; y mis sentidas condolencias a su esposa e hijos.

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