El pasado viernes la corredora dominicana Marileidy Paulino, luego de ganar la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Japón, eclipsó y llenó de alegría a todos los dominicanos al dar las gracias por la presea obtenida levantando en sus manos la Biblia, la bandera dominicana y uno de sus tenis al que le había escrito con un crayón “Dios es mi esperanza, amén”.
Esa acción fue captada en una hermosa y estimulante foto que recorrió el mundo. Con ese sencillo gesto, Marileidy mostraba su agradecimiento a Dios, daba muestra de la fortaleza de su fe y enviaba al mundo uno de los mejores mensajes que se puede recibir en este tiempo lleno de dolor e incertidumbre: “Dios es nuestra esperanza”.

La fe es capaz de mover montañas. Y nuestro Dios es capaz de todo. Para Él nada es imposible. Marileidy es sólo una muestra de eso. Muchos dirán que no fue Dios el que llevó a que ella ganara esa carrera, sino sus piernas, su capacidad de correr y su eficaz entrenamiento. Pero esa humilde joven de un barrio de Nizao está muy clara y muy convencida de que esas tres razones son también obras de Dios, y que su fe se convirtió en el soporte y estímulo principal para ganar, y para continuar su vida con sentido y con propósitos claros y definidos.

Ella lo dijo con mucho mayor convicción cuando escribió en sus redes sociales el siguiente mensaje: “Un sueño que gracias a Dios se hizo realidad, un esfuerzo, una esperanza y una certeza que ambos tuvimos, luchamos hasta el final por un propósito y cada obstáculo fue algo que nos empujaba más hacia el éxito, no soy la mejor del mundo pero Dios ha corrido conmigo, su espíritu estuvo conmigo en cada pisada que yo daba en la pista y siempre le pedí su voluntad a nuestro padre celestial y esto es una nueva historia”.

Marileidy fue bien precisa y se dijo a sí misma “no soy la mejor del mundo, pero Dios ha corrido conmigo”. Por su fe. Por su amor al Creador. Por su alabanza y adoración a quien ella sabe muy bien, que le ha dado todo lo que tiene. Y es necesario destacar que su actitud de amor y honra a Dios no era solo si ganaba la medalla, pues afirmó de manera muy clara que cualquiera que fuere el resultado de la carrera, siempre estaría dando gracias a Dios, y buscando su amor y su compañía.

Esa debe ser nuestra actitud en todo momento. Debemos buscar a Dios y hacerlo el guía y soporte de nuestras vidas. No importan las circunstancias ni el momento que estemos viviendo. No importa si vamos a participar en una carrera olímpica, vamos a enfrentar una tormenta o hemos perdido el trabajo. En todo y para todo, Dios es nuestra esperanza. Siempre está con nosotros. El es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones, como dice el salmo 46.

La medalla de Marileidy es un triunfo de la fe. Es una muestra de que si ponemos a Dios como el soporte de nuestro accionar, sabremos correr en la vida con la convicción de que llegaremos a la meta victoriosos en Él, que es nuestra mayor y mejor esperanza. Como muy bien dijo el profeta Isaías “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.

Gracias Marileidy por tu fe, por tu humildad, por tu esfuerzo, por tu mensaje de amor a Dios y a la patria, por tu gran sentido de agradecimiento y por tu hermoso mensaje de que sólo “Dios es nuestra esperanza”.

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