Una de las campañas más insípidas y vacías desde el siglo pasado es la que acaba de transcurrir. Lastimera, por no decir más.
De todas formas, los 7.4 millones de dominicanos convocados para ejercer su deber ciudadano, deben acudir a las urnas mañana para estimular y darle algo de energía a una democracia que no termina de ser construida, mero reflejo del grado en que se encuentran las instituciones de la Nación.
Hay que votar, porque es un imperativo, pero estamos ante una lucha por posiciones, más no por concepciones acerca de valores relativos a la vida en entornos favorables, en los cuales habrá de mejorar el hábitat, los ecosistemas y la sostenibilidad de las ciudades y de los pueblos de la República. La vida misma de la gente.
Hay que votar, porque es necesario renovar los mandatos, al margen de que no siempre las calidades y las calificaciones de los ofertados no sean las mejores. La democracia se fundamenta en la renovación y en la vitalidad de los órganos mediante los cuales se ejerce el gobierno, pero lamentablemente, en la generalidad de las propuestas no se descubren discursos donde se afirmen los criterios y principios del buen gobierno municipal, por la calidad de los servicios fundamentales en la vida urbana.
Hay que votar, porque es una forma de participar en la toma de decisiones, y cuando se ejerce el sufragio, se participa, aún ante el hecho de que las propuestas no satisfagan las expectativas. De todas formas, ejercitamos el músculo de la democracia.
Hay que votar, porque en cualquier caso, ejercemos una función cívica, que no podemos delegar, y siendo así, es un deber, un compromiso inevitable.
Hay que votar con la esperanza de que las elecciones se desarrollen en orden, que el proceso se cumpla con la debida transparencia, y en un ambiente de plena libertad. Que las autoridades civiles y militares garanticen que la gente acuda a las urnas en paz y con seguridad.
Y hay que votar con el ánimo tranquilo, pero decididos a cumplir con esa responsabilidad.
¡A votar mañana! l
