En América Latina venía construyéndose un consenso entre gobernantes conservadores favorable a expulsar a Nicolás Maduro del poder y en ese propósito la Organización de Estados Americanos (OEA) de Almagro obraba como avanzadilla. Venezuela tocó fondo y el deterioro es más que evidente. Fue el momento oportuno para lanzar una ofensiva final que diera al traste con el gobierno. Arrinconado, decidió pelear, y recurrió a los medios coercitivos, como la represión de las protestas.

Todo obraba contra Maduro, considerado ya como un gobernante de fuerza, para muchos, abiertamente un dictador. Pero el gobierno maniobró y con la elección de la Asamblea Constituyente, denunciada como un fraude, ha conseguido algún aliento. Al mismo tiempo, la oposición ha mostrado un dejo de frustración después de las protestas, masivas y violentas, con un saldo de 130 víctimas mortales y decenas de heridos.

En medio de ese panorama aparece Donald Trump con sus declaraciones de que podría considerar la opción militar para “solucionar” la crisis de Venezuela. La misma América Latina que presionaba la salida de Maduro centró su foco en la amenaza de Estados Unidos, repudiándola. Hasta parte de la oposición venezolana ha rechazado una intervención militar extranjera.

Ante la realidad de que la oposición no ha podido derrocar al gobierno, habría que considerar la fórmula auspiciada por República Dominicana con la mediación de Leonel Fernández, Rodríguez Zapatero y Martín Torrijos, de allanar el camino para un entendimiento por la vía del diálogo.

La oposición venezolana ha despreciado ese mecanismo y abiertamente les hizo un desplante a los expresidentes. Sin embargo, los mismos de nuevo han reiterado su vocación mediadora.

Como las partes han resultado irreductibles pese al ejercicio de la violencia o al recurso de la fuerza en manos de los gobernantes, el diálogo será siempre la mejor vía.

Las autoridades tendrán que admitir que no pueden gobernar como en los tiempos de Chávez. Todo ha cambiado. La crisis los obliga a hacer concesiones. Deben entenderlo. La oposición también tiene que reconocer los hechos y tratar de acogerse a fórmulas que posibiliten la creación de una atmósfera favorable para superar la situación. La normalización de la democracia debe implicar el ejercicio libre del voto.

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