El inicio de un período nuevo, que puede ser medido en años, uno, o dos, o una etapa, que ya marcaría un estado más largo, lógicamente da lugar a la idealización de planes, proyectos y proyecciones en atención a las expectativas y anhelos.
Es la forma en que los seres humanos ordenan sus metas y propósitos, pero siempre habrán de estar sujetas a las realidades. Planes y proyectos que no se avengan a la comprensión del desarrollo de los procesos sociales, económicos y políticos, podrían resultar fallidos.
En cualquier caso, la mayor garantía de que pudieran encontrar niveles de concreción habrá de fundamentarse en el trabajo, y en la capacidad para llevar los propósitos a la práctica.
Si no se hacen las diligencias necesarias, entonces todos esos planes podrían quebrarse y los resultados serían frustratorios. En los casos que envuelven propósitos sociales y políticos, las posibilidades de materialización podrían resultar más lejanas o difíciles.
Los procesos no se materializan en esos escenarios de manera rectilínea, sino con altas y bajas, que están determinadas por las implicaciones dadas por el devenir y los imponderables.
Quienes asumen determinados compromisos en la búsqueda de sus objetivos tienen que entenderlo de esa manera, y con alguna razón, hay quienes incluso apuestan hasta a la suerte, a la cual le asignan categoría histórica.
Los más confiados hablan de la Providencia, que bien puede ser la ayuda de Dios, o la generosidad del destino.
Pero cualquiera que sea el caso, los actores, a veces muy entusiastas, hasta llegar al paroxismo, no deben olvidar que la vida está llena de imponderables y hasta las siembras ciertas se dañan. Para ser exitosos se requieren muchas cosechas, a veces pequeñas, a veces abundantes.
Pretender que se pueden conquistar todos los espacios durante una noche, por un designio de la buena venturanza, podría conducir por caminos inciertos.