Fue el 28 de octubre de 1538 cuando el papa Paulo III, mediante la Bula In Apostolatus Culmine, dio origen a la primera universidad fundada en el Nuevo Mundo, que por una ley promulgada el 31 de diciembre de 1961 obtuvo el fuero que le otorgó su autonomía.
Sus viejos claustros abarcan en una trayectoria de siglos su papel activo en una larga serie de vicisitudes que forman parte de la historia de nuestro país, con sus luchas, sus rebeldías y sus pasiones, precisamente porque ha sido un espejo de las contiendas políticas y sociales que moldearon a la sociedad dominicana.
En este nuevo aniversario, corresponde a la familia universitaria aquilatar con más propiedad el momento actual que vive esa academia, pero desde fuera vemos a una institución que exhibe notables transformaciones.
Lejos del faro de luz y paradigma para la sociedad dominicana que debiera ser, la Universidad Autónoma de Santo Domingo de estos días está vuelta más de cara hacia la sociedad, aunque muy distante todavía de su misión que se expresa en la simbiosis UASD-Estado-Sociedad.
Es cierto que con frecuencia la UASD es noticia por acciones negativas de algunos de sus entes internos, en particular desde el litoral de los gremios que agrupan a profesores, empleados y estudiantes, pero no nos alarmamos por eso más de la cuenta porque se trata de problemas que reflejan a un conglomerado masivo, integrado por más de 200 mil almas que con sus vicios y virtudes son un calco de la sociedad.
De bueno tiene la UASD, apuntalado durante la rectoría de la maestra Emma Polanco y su equipo, que se han visto atemperados el caos y el desorden que le son característicos, aunque para ello haya contribuido una larga campaña electoral y una pandemia que sin clases presenciales mantuvo a la comunidad educativa lejos de las aulas.
Junto a nuestros parabienes, expresamos el deseo de que la UASD asuma su papel formador de profesionales y científicos que el país necesita, pero sobre todo, que de sus aulas salgan hombres y mujeres de bien.
