No figura en las tareas de un funcionario alarmar a la gente, pero entre sus responsabilidades básicas está informar debidamente a la población de todo lo que sea de su interés.

En el caso de la fiebre porcina africana y su rápida propagación a once provincias, está siendo cuestionado el rol de las autoridades agropecuarias, porque fue más que evidente su interés de minimizar el hecho al circunscribirlo a dos provincias, pero solo después de que el Centro de Enfermedad Animal de los Estados Unidos indicó su presencia.

Desde semanas antes del reporte la versión corría y ganaba cuerpo, mientras las autoridades negaban toda posibilidad, para más tarde limitarse a reconocer que afectaba únicamente a cerdos de traspatio de Sánchez Ramírez y Montecristi.

Pero ya que en buen dominicano el “palo está dao’’, no queda de otra que enmendar cualquier error o imprevisión y hacer las cosas como mandan los protocolos, empezando por informar de manera veraz a la ciudadanía y adoptar las medidas que las circunstancias demanden.

Hay que aprovechar experiencias anteriores, y para no llegar al extremo de 1979 cuando la aparición de la fiebre porcina obligó a la eliminación de todos los cerdos, se debe proceder inmediatamente a eliminar esos animales en las provincias donde tiene presencia.

Igualmente, establecer un estricto cerco sanitario, manu militari si fuera necesario, para evitar cualquier trasiego, como impulsar políticas de protección a la explotación porcina, por su gran importancia económica, y ofrecer compensaciones a los porcicultores que pierdan su crianza.

Otra medida impostergable es el inicio de una intensiva campaña de propaganda para evitar el miedo, porque está científicamente comprobado que la peste porcina no representa peligro para el ser humano.

Inclusive, se debería incentivar el consumo y vender esa carne a bajo precio desde Inespre y mercados populares, con lo que se beneficiaría a los porcicultores, a quienes se les compraría toda su producción.

Todas estas posibilidades apuntan a señalar que las situaciones concretas exigen la aplicación de protocolos efectivos, antes de que las reacciones tardías dejen espacio a improvisaciones ineficaces.

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