El gobierno dominicano, a través de la Cancillería, abordó la situación de Haití el pasado día 7 de este mes, y expresó preocupación por la evolución de los acontecimientos.
Es un hecho inédito en la política exterior dominicana en lo que va de este siglo y más allá. Siempre la conducta ha sido de cauteloso silencio.

Esta vez la República Dominicana, a través de su canciller Roberto Álvarez se refirió a la inestabilidad, la violencia, la ausencia de diálogo entre los actores haitianos, la crisis alimentaria y un creciente descontento en la población. Una realidad innegable.

Es muy normal que la República Dominicana esté preocupada por lo que pasa en Haití, por razones obvias. Que la situación haya sido abordada formalmente con señalamientos específicos marca una diferencia más que notoria en la tradición criolla respecto a ese vecino.

A la declaración dominicana se agregó el pasado jueves una de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA) y las representaciones diplomáticas de
Estados Unidos, Alemania, Brasil, Canadá, España y la Unión Europea, que conforman el denominado Core Group, en Haití.

Esos países concuerdan en la necesidad de detener lo que ocurre y coinciden en que urge el diálogo sobre la base de la celebración de elecciones libres este mismo año.

Pero Haití como siempre tiene problemas con la administración electoral. No es solo la débil institución, sino asuntos tan elementales como la ausencia de un registro electoral que garantice la limpieza de las elecciones, al margen de los graves conflictos entre el grupo gobernante y la oposición, un extendido desorden social y la operación de bandas criminales.

Todo eso es cíclico en Haití. Es una historia repetida con actores diferentes. Sus problemas seculares que no parecen tener fin y que se originan en una incapacidad de las partes para dialogar.
Tampoco es tan simple si se desconoce que todo eso es parte de una desgarradora historia de luchas intestinas, graves desigualdades, una pobre institucionalidad que incluso hace pensar en la inviabilidad del Estado haitiano.

Todo eso preocupa. Y preocupa de manera muy especial a los dominicanos que esta vez, a través del gobierno, compartieron su inquietud con la comunidad internacional.

Quizás naciones y organismos internacionales se motoricen para ayudar a los haitianos a superar, aún sea momentáneamente, este trance.

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