Aunque China predica la no intervención en los asuntos de otros Estados, era más que comprensible que el liderazgo de ese país prefiriera la victoria de Joe Biden frente a Donald Trump, que la hostilizó, impuso barreras arancelarias, atacó a empresas chinas y devolvió las relaciones entre los dos países mucho más allá de la época de la guerra fría.
Pero Biden llega y mantiene la política de hostilidad hacia China, la cual extiende hacia Rusia, (frente a la cual Trump fue más que complaciente, agradecido de la intervención que le permitió alcanzar la Presidencia), y lanza fuego contra Putin, a quien llamó asesino.

La preferencia por Biden no podía conducir a China a creer que todo sería mejor, pero sí valorar la posibilidad de una relación fundada en la racionalidad de la competencia entre los estados, en atención a las realidades del comercio, la tecnología, la defensa y la inteligencia.

En principio, se podría pensar que el discurso ofensivo del secretario de Estado Antony Blinken sobre los “abusos” de derechos humanos de Pekín en Xinjiang, el Tíbet y Hong Kong, sus “preocupaciones” por la estabilidad en Asia-Pacífico y la seguridad de Taiwán, estaría dirigido a presentar una posición de dureza, en atención a futuras y necesarias conversaciones entre las dos naciones.

Pero ha persistido, y trata de alimentar en Europa “temores” hacia China, como si se tratara de una confrontación entre las democracias y el totalitarismo. Es como si fuésemos hacia una radicalización de las relaciones entre los Estados. Una continuación de la política de Trump al estilo demócrata, algo refinado.

La declaración de ayer de Biden, de que el principal objetivo de China “es convertirse en el país líder, el más rico y el más poderoso del mundo… eso no va a pasar bajo mi mandato”, en alguna medida explica su propósito. Es cuestión de competencia, de cuál se impone en el liderazgo global.

Afortunadamente, Biden aseguró que no busca la “confrontación”, sino competir, y esa será una tarea dura. Es lo que corresponde a ese país, en vez de la guerra verbal y la tensión internacional.
Estados Unidos y China deben trabajar en todo lo que converja en favor de la humanidad, y no en lo que convenga mezquinamente a un estado en particular.

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