Cosas de estos tiempos

El conflicto es el motor de la evolución sociopolítica. Nada importante se materializa sin transitarlo, aunque lo ideal siempre será alcanzar resultados sin desgarramientos.

El conflicto es el motor de la evolución sociopolítica. Nada importante se materializa sin transitarlo, aunque lo ideal siempre será alcanzar resultados sin desgarramientos.

Pero nos resistimos a admitirlo, como si no se comprendiera que las contradicciones simplemente cambian su naturaleza en atención al momento o a la etapa histórica.

En el pasado dominicano, y no hablamos de cien años atrás, los medios violentos caracterizaban el comportamiento, sea para la búsqueda del poder o para alcanzar algunas reivindicaciones o aspiraciones humanas.

La manigua para los rebeldes del pasado o las calles para las protestas en tiempos modernos. O la opresión mediante la cual los de arriba imponían su voluntad a los gobernados.

Los medios han cambiado. Ahora predomina una tendencia a la judicialización de los conflictos, especialmente en la política. Los actores fueron perceptivos al crear los medios para dirimir determinados conflictos.

Digamos que ahora la judicialización es una buena expresión de civilidad, preferible a las vías de hecho. No se asaltan los locales de un partido político. Simplemente las decisiones son atacadas en las instancias previstas y se procede según los fallos.

Hay otra tendencia. La vía de descalificación de los contrarios. No es nueva, pero ha encontrado un terreno fértil en las redes sociales y en los medios electrónicos de comunicación, donde se montan debates y tribunales con matices descarnadamente destructivos.

Las mentiras, fabulaciones, noticias falsas plantadas expresamente para dañar a terceros corren a velocidades espectaculares. Encuentran audiencias signadas por el morbo y el entretenimiento liviano, porque también las contradicciones se manejan como espectáculo.

Se complacen los públicos en atención a sus expectativas. Digamos que asistimos a una época en la cual la realidad se construye sin importar que se afirme en cimientos falsos.

El desahogo descarnado adquiere categoría y aprobación social. Mientras más agravante, mejor. Todo el mundo puede decir y hablar. Sólo basta tener un aparato “inteligente” que incluso ayuda a pensar.

Si no fuese por la existencia de tantos criminales. Unos operando bajo un régimen organizado con rigor de ciencia, otros con despachos al más alto nivel, o los delincuentes callejeros, la República de estos tiempos fuese un encanto.

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