El asesinato del general iraní Qasem Soleimani, líder de Quds, fuerza élite de la Guardia Revolucionaria, plantea una inquietud de amplio espectro, que va desde la seguridad a riesgo para varias naciones nada ajenas al ataque, hasta las economías de países muy débiles que dependen dramáticamente del petróleo.

Expertos internacionales se preguntan por qué el presidente de Estados Unidos Donald Trump decidió matar a ese hombre clave del gobierno de Irán, toda vez que sabía hace tiempo de sus operaciones, principalmente contra el Estado Islámico, y no se consideraba un peligro inmediato para la seguridad de Estados Unidos.

Existe el criterio de que la operación del presidente Trump está relacionada con el proceso interno, el impeachment o acusación de la Cámara de Representantes ante el Senado que persigue su destitución mediante un juicio político bajo la acusación de abuso de poder y obstrucción del Congreso.

Sin embargo, como el caso cae ahora en la esfera del Senado donde el Partido Republicano tiene mayoría y se entiende que sería poco probable que acoja la destitución, la tesis de que con su acción pretende desviar la atención sobre ese proceso se debilita.

Pero los demócratas ven otro elemento agravante al considerar que Trump actuó sin la aprobación del Congreso, mediante un ataque “desproporcionado” que puede llevar al país a una guerra. Ya dos congresistas demócratas anunciaron que presentarían una resolución ante la Cámara de Representantes para para impedir que Trump escale en una guerra contra Irán.

Mientras, los aliados tradicionales europeos aprueban el asesinato como una acción “antiterrorista”, una conducta aberrante; Rusia lo ha reprobado y China llama a la moderación. Las fuerzas más vibrantes de los Estados Unidos condenan la acción y piden la retirada de Irak y todo el Medio Oriente.

Trump se ha burlado de quienes cuestionan su autoridad para lanzar un ataque semejante, aparentemente sin valorar los riesgos para la paz. Parecería que su mayor interés es reposicionar la percepción de supremacía de Estados Unidos y con ella su relanzamiento en la búsqueda de la reelección.

La cuestión es si el interés de un individuo por seguir en su cargo puede conducir a la guerra a una región, volver el mundo más inseguro y reventar las economías de países como República Dominicana. Es desproporcionado.

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