República Dominicana se alista para celebrar de febrero a mayo elecciones a nivel municipal, congresual y presidencial, aunque la campaña proselitista está en marcha desde hace varios meses. Lo que se espera, desde ya, es que se acelere al máximo.

Son muchas las negatividades que se asocian a los años electorales, sobre todo las relacionadas con el manejo de la economía y que hacen resentir las finanzas nacionales.

Se especula con un desbordamiento del gasto que incrementa el déficit fiscal, y más cuando el presidente de turno aspira a seguir en el cargo.

También se dice que históricamente la economía en el año electoral es de crecimiento inferior al inmediatamente previo, una cuestión de la que habría que ocuparse, si juzgamos por el 2.5% del 2023.
Conjeturas aparte, hay realidades de estos periodos que no admiten dudas y aprovechamos el inicio del año electoral para traerlas a colación, como es el aumento de la conflictividad político-social.

No es que el país se paraliza, pero en estas coyunturas la oposición política no le deja pasar una al Gobierno, por buena que sea, muchas veces con irracionales cuestionamientos; brotan críticas a granel contra toda iniciativa pública propuesta o que se implemente, y se reduce significativamente la productividad del legislador.

Asimismo, campean denuncias, algunas ciertas, sobre la implicación en actividades partidistas de empleados públicos y del estamento militar-policial, y en cuanto al uso de recursos estatales por el oficialismo.

Pero hay un escenario sobre el que queremos llamar la atención a la clase política en general y a los principales candidatos en particular, al que no puede estar ajeno el que se preocupe por el futuro del país o que aspire a conducirlo: la incidencia de un entorno internacional en el que campea la incertidumbre, para lo que no hay posibilidad de intervención ni de control local, por lo que podrían sobrevenir circunstancias indeseadas.

El punto al que deseamos llegar es solo a una sana advertencia a los partidos y políticos en contienda, cuyo discurso por momentos luce como si estuviera en juego hasta el aire que respiran: que no es un jardín de rosas el sitio al que aspiran a llegar; que se preparen para gobernar, para honrar sus promesas, y asumir de antemano que de por medio está, y principalmente, el país y su gente.

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