El papa Francisco recordó ayer a los pueblos del mundo que sufren por los conflictos armados, durante la audiencia general celebrada en el aula Pablo VI del Vaticano.

“No olvidemos a los pueblos que están en guerra. La guerra es una locura. Siempre la guerra es una derrota. (…) Recemos por los pueblos de Palestina, Israel, Ucrania y tantos otros lugares donde hay guerra”, dijo el pontífice ante 4.000 fieles.

El papa ha sido siempre claro y tajante en su rechazo a la guerra y ha condenado desde sus inicios todos los enfrentamientos bélicos que se desataron desde el principio de su pontificado.

Incluso intentó mediar en la guerra entre Rusia y Ucrania, pero los intereses geopolíticos de las potencias involucradas ni siquiera prestaron oídos a los llamados de paz del Vaticano.

En mayo del año pasado, en Hungría, Francisco lamentó que el mundo se estuviera encaminando a un “infantilismo bélico”.

Decíamos entonces desde esta misma columna que la analogía esbozada por el pastor universal católico significaba que los líderes de las potencias mundiales parecían enfrascados en “jugar a la guerra”, como si solo se tratara de movilizar ejércitos, buques y aviones desde sus pantallas, mientras olvidan que hay países devastados por los bombardeos, poblaciones enteras destruidas y cientos de miles de personas que pierden la vida o tienen que abandonar sus ciudades y refugiarse en campamentos porque se han quedado sin nada.

En agosto de 2023, el papa aseguró ante los medios que “el estruendo de las armas” no permitía que se escucharan “los intentos de diálogo”.

No es nuestro propósito contabilizar todos los llamados a la paz que ha formulado el papa Francisco, pero sí señalar que entre las distintas posturas interesadas, con justificaciones tan confusas como incomprensibles, su actitud ante la guerra ha sido siempre clara en cuanto a su rechazo total.

Un rechazo que consideramos atendible, que creemos debiera ser la única actitud que tendrían que asumir las personas de buena voluntad que habitan en todos los rincones de la Tierra, como también los pueblos y sus dirigentes.

Quizás cuando el mundo tome conciencia de cuánta razón tiene el sumo pontífice al decir que “ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto” (…) ni “vale la pérdida de la vida ni siquiera de una persona”, las cosas comiencen a cambiar para mejor.

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