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Ni que se tratara de algo convenido de urgencia, por el momento crucial que se vive en el mundo, la cumbre del llamado Grupo de los Siete (G-7), que componen Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Canadá, Italia y Japón, que tiene a la Unión Europea como miembro de facto pero que paradójicamente excluye a Rusia y China, comenzó ayer su reunión en las Montañas Rocosas de Canadá.
La peculiaridad de este encuentro de las supuestamente siete economías más avanzadas, es la presencia de nuevo de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, que en la cita de este grupo en 2018, precisamente en suelo canadiense, prácticamente hizo un desplante al retirarse antes de las conclusiones y ordenar a su séquito que no la suscribieran. La expectativa esta vez estaba alrededor del ánimo que pudiera exhibir y ya ven, la abandonó el primer día.
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Si bien la agenda definida de antemano está centrada en economía y seguridad, con Ucrania en segundo plano, difícilmente se puedan sustraer de los aranceles de Trump, de sus exigencias de que estos países prioricen aumentar los presupuestos para Defensa y de los recientes acontecimientos en Oriente Próximo, por lo que el vaticinio de lo que pudiera resultar al final era absolutamente incierto con Trump, por lo que ahora, sin él, prácticamente pierde todas sustancia.
Lo que de antemano se asegura es que en sus conclusiones estará el consabido eufemismo de promover el crecimiento y superar las desigualdades para reducir el impacto de la crisis.
No es que se desdeñe la importancia de este tipo de cumbre, cuando se enfundan por algunas horas las dagas y los planes propios y cuando, inclusive, se pactan compromisos comunes, pero la experiencia enseña que en su mayoría son solo anuncios que generan pocas esperanzas, lo que empieza por los habitantes de sus respectivas naciones.
Por eso no resulta aventurado afirmar que estos encuentros de élites económicas, llámese G-7, G-8, G-20 o como se quiera, en lo fundamental se trata de mucha retórica porque no hay mecanismos prácticos para implementar conclusiones y porque la intención, la mera intención, es la de garantizar en primer lugar los intereses propios.
Ojalá nos equivoquemos con este G-7 y que lo acordado se concrete en compromisos y, sobre todo, que los discursos guerreristas e incendiarios reserven, aunque sea un poquito de su tiempo, para abogar y trabajar por la paz.