Desde ya, aunque parezca prematuro, el presidente Abinader debería pensar cómo pretende pasar a la posteridad.

Pensar en el legado, que no puede ser otro, salvo circunstancias inimaginables, que mostrar vocación democrática, que ningún historiador pueda ignorar que le tocaron tiempos difíciles y afrontó serios contratiempos de manera simultánea.

Además sería bueno que la historia lo recuerde con las características del genuino líder: alineado con el progreso y el bienestar de su pueblo.

El tema tiene pertinencia, pues en países de escaso desarrollo institucional, como el nuestro, una incontrovertible realidad es que los hilos del poder estatal, más cuando el presidente de turno aspira a reelegirse, son una madeja que envuelve y lo influencia todo.

Hay riesgos que se agigantan cuando la campaña electoral toma intensidad y cualquier acontecimiento aislado, o exabrupto, podría pasarle factura a una obra de gobierno con una imagen convincente de que dejó un país mejor.

Lo que al final importaría, en todo caso, es la impronta. Un ejemplo: en el juicio político a Clinton por su affaire con Mónica Lewinsky, analistas y hasta historiadores lo liquidaron, pero hoy se le recuerda como un presidente que logró reelegirse y dejó la economía en calma. Incluso, más de 20 años después, figura entre los conferencistas más cotizados.

De ahí la importancia de labrar una imagen trascendente, propia del gobernante institucionalista y demócrata cabal, que aprovecha todas las oportunidades en favor de las mayorías.

No está demás recordar lo que los estudiosos registran como cualidades intrínsecas del liderazgo; la grandeza personal y el fuerte caparazón para contener envidias, traiciones y maledicencias, a la vocación de poder y persistencia.

Si algo pudiera distorsionar la visión del liderazgo en estos nuevos tiempos, sería la contaminación de la práctica política con lo mediático y con las redes sociales, la inclinación de los que gobiernan a favor de intereses particulares y grupales y, peor, lo difícil que les resulta enterrar el hacha de la discordia.

Complejo pues, y cada vez más difícil, por los múltiples obstáculos propios, ajenos y externos a su propia realidad nacional, pero ningún escollo debiera impedir que aparezca en todo momento la estirpe del auténtico estadista y la estatura del líder verdadero.

Posted in Editorial

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas