El rey del Merengue Joseíto Mateo terminó sus días después de una larga y plena vida: 98 años.
Hizo todo lo que se propuso, no sólo por la dilatada carrera, sino porque trabajó intensamente. Su gracia y talento lo catapultaron en la preferencia de sus seguidores.
Joseíto Mateo fue un ícono de la música popular, ya como intérprete y como promotor del pimentoso ritmo dominicano.
Era un hombre de temperamento alegre, que irradiaba y contagiaba en sus interpretaciones, las cuales expresaban profundamente el alma vivaracha dominicana.
La energía y plenitud de su personalidad igual se las transmitía a sus canciones. Todavía el año pasado estuvo cantando y bailando con mágica agilidad.
Por eso, no dejó de sorprender que disminuyera el ímpetu que lo caracterizaba. La enfermedad no permitió que siguiera entre nosotros mostrando que ni los años que pesaban sobre su anatomía eran límites para entretener a los dominicanos.
Como persona, se manejó sin estridencias ni escándalos, con una vida digna de admiración.
Al llegar el fin de sus días, expresamos el respeto al artista y la solidaridad a su familia.
Joseíto Mateo deja un gran legado al arte popular dominicano. Él era una viva expresión del merengue.
Indignación
Una firme condena es insuficiente para expresar la indignación por el asesinato brutal de unos internos que intentaron escapar de una “cárcel modelo” de San Pedro de Macorís.
Las penas que purgaban ni la peligrosidad que representaban obligaban a los agentes de seguridad a disparar a matar.
No fue suficiente con que asesinaran a dos sin que presentaran resistencia. Al tercero, ya en el suelo, le dispararon a sangre fría, provocándole heridas graves.
Algunas de las imágenes de los hechos están registradas y difícilmente los autores puedan fundamentar una defensa razonable. Su abuso es inexcusable.
Fueron asesinatos vulgares, innecesarios.
Esos policías, de garantes de la seguridad y la vida en el penal, pasan a las filas de los delincuentes, y los muertos, en víctimas del uso excesivo e irracional de las armas.
