Aquel 14 de junio de 1959, a las 6:20 de la tarde, cuando arribó por Constanza el primer grupo de patriotas, liderados por Enrique Jiménez Moya, para combatir a la tiranía trujillista, todavía era primavera, que a decir de Gibran es la estación “cuando detrás de cada noche viene una aurora sonriente”.
Esa aurora no sonrió en lo inmediato, pero ese puñado de valientes con su sangre noble, como reza el himno en su honor, encendieron la llama augusta de la libertad.

El 14 de junio es imposible que sea un día más en el calendario, con todo y que al paso del tiempo es una fecha que apenas alcanza para actos tradicionales a cargo de organizaciones inspiradas en aquella jornada y que se reaniman por la ocasión.

Los amantes de la libertad y de la democracia tienen que hacer aunque sea una breve pausa para recordar, más bien para venerar, a los que en esa fecha, hace hoy 62 años, y los que seis días después desembarcaron por Maimón y Estero Hondo, sembraron la semilla que condujo a la decapitación de la tiranía trujillista.

Pese a que la Raza Inmortal fue derrotada en forma sangrienta en el terreno militar, su gesta catalizó las condiciones internas e internacionales que estaban germinando, con lo que marcaron así el principio del fin de la dictadura.

Siguen pendientes muchos de los objetivos de los expedicionarios, plasmados en un programa mínimo encaminado a enrumbar al país hacia un régimen transicional de libertades y que sentara las bases de una real democracia en lo político y en lo económico.

Pero el régimen de libertades públicas y políticas de que disfrutamos ahora, no de manera plena ya que padecemos una sociedad de injusticias y de muchas desigualdades, se lo debemos en parte a los héroes y mártires de junio de 1959.

Recordar esa gesta no es un cumplido. Es mantenerla viva en la memoria histórica del pueblo dominicano.

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