Luchar contra las carencias y elevar las condiciones de vida de la gente han sido promesas permanentes en las agendas de todos nuestros presidentes, sin excepciones. También los anuncios de que cada vez más dominicanos superan la pobreza y, en especial, la pobreza extrema.
Por esa recurrencia quizá no sorprendió lo suficiente la afirmación del presidente Abinader de que continúa siendo un reto cambiar pisos de tierra por pisos de cemento, lo que si por discursos fuera no debiera existir.
Se recuerda precisamente lo proclamado por Danilo Medina ante el Congreso en 2016: “Vamos a poner manos a la obra para lograr en los próximos tres años la eliminación de todos los pisos de tierra en los hogares dominicanos”.
Leonel Fernández siempre se vanaglorió, en diferentes períodos, de haber reducido significativamente “el porcentaje de hogares con pisos de tierra” (ver rendición de cuentas de 2011).
Ahora es a Abinader a quien le toca decir que los pisos de tierra son un reto y que su gobierno contempla una inversión de entre 62 y 65 millones de dólares para eliminarlos en las viviendas más pobres.
La lucha contra la pobreza y elevar las condiciones de vida de familias en situación de vulnerabilidad tiene un rostro de indignidad en los hogares de niveles socioeconómicos más bajos, que no tienen acceso a servicios sanitarios o en aquellos que cuentan con instalaciones de saneamiento adecuadas, como inodoros, pero no todos conectados al alcantarillado público.
Las condiciones en que subsisten los que viven en pobreza y pobreza extrema, pese a cifras altisonantes de que se reduce o que se despliegan esfuerzos para enfrentarla, son terribles heridas sociales abiertas que no sanan.
Por eso, al traer a colación los pisos de tierra, queremos establecer que el combate a la pobreza y la desigualdad, no admite solo discursos asistencialistas ni entrega de dádivas, regalos o ayudas que rayan en lo menesteroso y solo sirven para perpetuar la pobreza.
Las cifras que se promete invertir, si bien pueden impresionar cuando aparecen impresas en discursos oficiales, carecen de significado en la realidad que viven cotidianamente los sectores carenciados, condenados a esperar durante generaciones una mejoría que llega en cuentagotas.
Lo que se impone es facilitar, entre otras muchas cuestiones, mejores condiciones de empleo y desarrollo económico, como también desarrollar políticas sociales enfocadas en las necesidades reales de los sectores más vulnerables.