Resulta preocupante que la reciente presentación de la Encuesta Barómetro de Las Américas, República Dominicana 2023: “Tomándole el pulso a la Democracia” concluya que, como en casi toda América Latina y el Caribe, nuestra población percibe que la mayoría de los políticos son corruptos.

Según ese estudio, el 62% de la población considera que la corrupción está generalizada, sin diferencias de género, edad, riqueza ni educación, y los casos de alto perfil han sido cada vez más comunes en los últimos años.

Sin embargo, ni los partidos ni sus líderes se sienten aludidos cuando llegan estas mediciones y menos parece importarles que la mayoría estime, persistentemente en los últimos años, que solo procuran beneficios personales y un mejor estilo de vida.

Ese descrédito crecerá mientras los partidos sigan promoviendo a lo interno y seleccionen figuras para cargos públicos con total falta de transparencia, mediante el dedo, las “reservas”, acuerdos de aposento y pactos con tránsfugas.

Cada vez más desaparecen en estas organizaciones los principios e ideales; tampoco hay real competencia y casi nunca se respeta el legítimo derecho a aspirar de sus militantes. Mucho menos se valoran los méritos ni el talento, y se aúpa a personajes que ingresan a la política solo para agrandar el tamaño de sus billeteras.

Por ese camino en República Dominicana, como ya aconteció en otros países de la región, los partidos tradicionales no controlarían ni incidirían de manera determinante en la agenda nacional, y podrían alimentar por fuera de sus estructuras otras opciones antisistema que se presentan como alternativas o supuestamente “progresistas”.

Aunque el caso dominicano es bastante singular, porque por fuera de esos partidos tradicionales y de sus dirigencias, nuestra democracia no ha intentado ensayar otras maneras de viabilizar reformas, así que su predominio continuará y se mantendrán como las únicas opciones.

Hasta encuentran maneras de regenerarse, por el descalabro de unos y el fortalecimiento de otros, y por los nuevos aires que reciben de otras organizaciones y de una sociedad civil y figuras “independientes” que amarran para ser incluidos en sus filas y en sus boletas.

En definitiva, debiera alarmar que una mayoría de la población considere corruptos a sus políticos, aunque en realidad no parece estar cansada de ellos ni de sus promesas, ni de la vía electoral para producir los cambios.

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