El suministro de las 768 mil dosis de vacunas contra la covid-19 de parte de la República Popular China a la República Dominicana es un indicador del valor de unas relaciones cada vez más cálidas entre la nación asiática y este país del Caribe. Que no deberían existir límites artificiales para desarrollar misiones conjuntas que propendan al bienestar de ambos pueblos.
China, pese a ser una gran nación, con un peso específico en la comunidad internacional, impulsa una política exterior fundada en la amistad y la conveniencia recíproca. No pretende decidir el futuro de ninguna otra nación. Solo busca ser reconocida como es, como una oportunidad y, a futuro, un destino como inmenso mercado y por su capacidad productiva y exportadora.

República Dominicana no es un mercado apetecible, no juega un rol importante en materia de política internacional. Su dimensión está muy relacionada con la región del Caribe como extensión de la frontera de un imperio. Pero a China solo le interesa algo que los dominicanos debimos decidir hace más de 60 años: China es una sola y tiene el derecho a ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de naciones.

Es la realidad que debe entender la actual Administración, realidad que admite la parte más inteligente de los Estados Unidos, y siendo así, Luis Abinader debe reconsiderar su decisión de marginar a China de la posibilidad de invertir en proyectos importantes para la República Dominicana, que aquí etiquetamos como “estratégicos”, como serían puertos y telecomunicaciones.

Ahora que Donald Trump no gobierna a EEUU, Luis Abinader debe atreverse a revisar su política de adhesión al imperio en unos términos inaceptables para una Nación, no importa lo pequeña que sea. Para hacerlo, no tiene que desconocer, porque sería absurdo, la importancia y el valor de EEUU para la República Dominicana, no sólo por los vínculos económicos, cercanía y mercado, presencia de capitales, fuente de turismo, valores democráticos compartidos y la gran colonia dominicana que habita en Norteamérica.

Pero no existen motivos válidos para darle un portazo a otro gran país que desea acompañarnos en nuestro crecimiento económico, en mejorar la salud, avanzar en las nuevas tecnologías y compartir valores como la cultura, la civilización y otra forma de ver el mundo. Eso no nos daña, nos enriquece.

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