El triunfo en Brasil de Jair Bolsonaro sugiere muchas lecturas. Cómo se impuso en las preferencias de los brasileños después de los procesos de persecución de la corrupción, el descrédito más extendido de los liderazgos tradicionales, incluido el propio presidente Temer, y la rampante inseguridad, provoca obligadas reflexiones. Coincide con pérdidas del poder de liberales en Argentina y Chile, el avance del conservadurismo en Colombia y el debilitamiento de Daniel Ortega en Nicaragua. Venezuela persiste como la peor derrota de las tesis socializantes en América.

En República Dominicana, donde la inseguridad resalta como una de las principales preocupaciones, comienza a inquietar la idea de que “un fenómeno” sorprenda al liderazgo tradicional, como remedio contra la violencia ratera y el crimen, la corrupción y la inmigración.

La idea no es casual en un país donde nunca ha faltado la expresión: “Necesitamos una mano dura”. Generalmente sugiere la invocación de un gobierno de fuerza que aquí se sintetiza en el trujillismo, o la dictadura de 30 años de Rafael Leonidas Trujillo, que con mano de hierro avasalló todo signo de libertad y democracia.

Esta vez la “mano dura” tiene un nombre: Ranfis Domínguez Trujillo, nieto del dictador, quien tiene un pacto con una de las franquicias políticas registradas en la Junta Central Electoral (JCE). Al margen de su ascendencia, que reivindica, su discurso es suave. Cauto al hablar, prefiere referirse al imperio de la ley, al modelo democrático de los EEUU y promete que no mirará hacia atrás, en referencia a la dictadura.

Nada parecido al extremismo en boga.

Tras de sí, se debate su condición de ciudadanía, por su nacimiento en el extranjero, en el entendido de que no llenó los requisitos legales oportunamente, como manda la Constitución.

Sin embargo, su nombre no es extraño entre dominicanos residentes en Nueva York y Miami, y marca puntaje en algunas encuestas nacionales.

Lo alienta el avance de la derecha en el continente, el cansancio de una sociedad de un gobierno muy debilitado por las denuncias de corrupción y una oposición política tradicional débil.

En semejantes circunstancias, hay razones para temer un retroceso que empeore la situación.

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