La joven Rosalinda Luciano de la Rosa, ultimada la noche del pasado martes de varias puñaladas por su expareja Cristian Matas, de 41 años, murió a los pies de su hijo de tan solo 10 años.
Una calamidad, barbaridad o como quiera llamársele, porque no hay calificativo posible para esta ola de feminicidios, que suma seis en solo una semana.

La verdadera desgracia de este repunte es que las políticas públicas implementadas resultan ineficaces, inefectivas como los mecanismos de prevención, así lo ilustra el caso de la madre de la chef Raquelita, que había puesto una orden de alejamiento contra su expareja y el sistema de Justicia le falló.

Indigna que esto suceda mientras las autoridades se vanaglorian de una supuesta tendencia a la baja de los feminicidios, cuando hasta un solo hecho de violencia de género es suficiente para preocuparse, conmoverse y considerarlo un desafío.

Se trata, al fin de cuentas y al margen de las estadísticas, de asesinatos de mujeres a manos de hombres por celos, por odio, por venganza o lo que fuere y esos seis casos recientes deben catalogarse como feminicidios absolutamente.

También resulta deplorable en estos días la acción de medios irresponsables y la proliferación de sandeces en redes sociales, aunque existe una ley que protege la imagen, honor e intimidad familiar vinculados a personas fallecidas, y aun así se difunden escenas groseras, como la manipulación pública de cadáveres.

Se ha legislado, pero no ha servido para evitar que, por lectoría, se publique este tipo de escenas.

Esta deleznable conducta revictimiza a las mujeres agredidas al exhibir sus cuerpos con titulares que relativizan o perpetúan la desigualdad de géneros.

Estos días deberían servir, vistos algunos discursos repetitivos a favor de la mujer y en contra del maltrato, para que en esta sociedad inmersa en reglas machistas su defensa y protección no sea una cuestión coyuntural u ocasional, sino permanente.

Es tiempo de repensar las profundas desigualdades que perjudican a la mujer y están en su contra; es necesario repensar también la masculinidad, entender que las mujeres no son una propiedad y que no es posible seguir tratándolas como lo hacemos.

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