Asistimos a algo que llamamos elecciones, con cita y todo: 15 de marzo, pero que no son exactamente lo que nos habíamos propuesto. Ahora devienen en un amasijo de sentimientos, dudas, desesperanzas, que podrían materializarse en un desgano.

Confusión que conduce a una indecisión, que para nada estimula el ánimo ciudadano: hay que votar, pero ahora tiene un contenido desconcertante y es inevitable que se pregunte por qué.

Se ha intentado sanar las heridas abiertas el 16 de febrero mediante la realización de un diálogo. Un diálogo que igual se monta con dos, cuando la realidad cruda dice que las partes son más.

¿Hacia dónde vamos? Puede ser que por estos caminos lleguemos a cansarnos. ¿Qué tanto impactarán estas tratativas en la sociedad? ¿Creerá seriamente que se está construyendo el ambiente adecuado para el fin ciudadano que se había propuesto, pero que terminó frustrado?

Quizás el foro juvenil que se abrió como otra expresión de diálogo contenga alguna respuesta. Pero sus participantes en sí mismos envuelven un mensaje cifrado que probablemente no ha sido bien interpretado. Sólo habría que preguntarse qué tan representativo pudiera ser del colectivo juvenil dominicano.

La cuestión es que la cita está ahí. Apenas falta una semana y un día. Es decir, el domingo próximo próximo. Y si bien hay una parte de los participantes en las calles, no se advierte un ambiente electoral. Prevalecen las críticas y las inconformidades sobre lo ocurrido el pasado 16 de febrero.

En ocho días difícilmente se devolverá el color propio de una campaña. Eso lastra a la sociedad de hoy.

Pese a todos estos sentimientos parece predominar el sentido del deber: ¡hay que votar!

Y desear que las elecciones sean libres y limpias.

Lo único que puede sanar el ánimo herido es un resultado transparente expresado en las urnas en la cita anunciada.

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