Vistas algunas de las reacciones, unas a favor y otras en contra, de las acciones sobre presuntos actos de corrupción que encamina el Ministerio Público, quizá lo prudente sería dejarlo que haga su trabajo.
En esta etapa del proceso nada se gana con descalificaciones y defensas a ultranza, cuando de antemano debiera existir consenso en que se espere a que sean los tribunales de justicia los que dictamen.

Aquí cabría la frase, de otro contexto pero que encaja a los que andan lanza en ristre, “Cedant arma togae” (que las armas cedan a la toga).

La oposición o la defensa a priori no tiene sentido ahora, salvo para los que abogan por una suerte de juicios sumarios, o para aquellos a los que no les importa que la ausencia se sanción a los que delinquen se erija como un baldón que insulta la conciencia nacional.

Hay que dejar que los procesos fluyan, sin discursos vacuos ni cherchas con el tema de la lucha contra la corrupción y por la transparencia, algo que debiera constituir un clamor de toda la sociedad.

Al margen de banderías, de simpatías o de intereses particulares, la sociedad aspira a que esta vez sus anhelos de justicia no se pierdan en las enmarañadas redes de la estructura de poder.

Tampoco a que se vean desnaturalizados los casos ni se exhiba más voluntad de mortificar que de perseguir.

En ese punto hacemos nuestra la advertencia del abogado y politólogo Nelson Espinal Báez aparecida ayer en este diario: “Los abogados sabemos que la esencia del derecho es la prueba y se debe dejar que ellas hablen. Así se evitan los excesos que se produjeron en Brasil, donde la justicia perdió credibilidad”, expresó como uno de los retos de la lucha anticorrupción.

En este tiempo en que las redes sociales multiplican las informaciones y las condenas tanto como las falsas noticias, y aunque pueda parecer considerable el peso de las evidencias, siempre será mejor atender a la prudencia y acatar lo que decida la Justicia.

Ojalá no tengamos que asistir a mayores frustraciones en lo que respecta al adecentamiento de la vida pública, ni que se alimente la alharaca de los que piden sangre, siempre y cuando la que corra sea la de sus corruptos favoritos.

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