El presidente Luis Abinader trabaja con todo empeño por devolver el país a la normalidad, una tarea más que difícil, porque se enfrenta a una pandemia que ha puesto de rodillas al mundo.
Alcanzar su propósito implicará horas y horas de trabajo, lo que hace cada día, tanto, que ya muchas personas hablan de que el Presidente no duerme. Tampoco parece que dedique tiempo al descanso, lo que resulta evidente.

Todo ese esfuerzo tiene su valor, pero al final, aunque sea reconocido, puede verse algo deslucido por el comportamiento de algunas personas a las cuales ha confiado responsabilidades.

Quienes asumieron puestos en el gobierno, importantes o no, y se convierten en piedra de escándalo, sencillamente traicionan la confianza depositada por el mandatario.

No solamente se dañan ellos, sino, obviamente, al gobierno mismo.

Se podría decir que el Presidente debió fijarse bien en quienes nombraba. Se supone que lo hizo, pues en ningún caso se trata de desconocidos. Pero la vida sugiere que todos los seres humanos tienen debilidades.

¿Qué está indicando la realidad? Que los acompañantes del presidente Abinader no solo deben cumplir con las obligaciones asumidas, sino también, someterse al código de conducta que se espera de personas con responsabilidades en el ejercicio gubernamental.

Y para que ocurra de esa manera, un servidor no tiene que hacer esfuerzos extraordinarios. Solo debe mantenerse en sus cabales.
Que los humos del poder no se les vayan a la cabeza, pierdan el sentido de la realidad y dañen no solamente sus vidas, sino el esfuerzo de quien puso a su cargo las riendas de una institución.
Solo tienen que ser las mismas personas, las mismas que eran antes de recibir el encargo.

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