Es competencia del presidente de la República dirigir la política exterior de la República, como establece sin más detalles el artículo 128 de la Constitución. Es un poder absoluto, pero se asume que se ejerce dentro del supremo interés nacional.
Fue en virtud de esa previsión que el presidente Danilo Medina estableció relaciones con China. Posteriormente, los gobiernos de ambos países suscribieron dieciocho acuerdos, dentro de los cuales está el ensanchamiento de los negocios y las inversiones.
El supuesto mediante el cual se establecieron las relaciones es por la oportunidad que representa el mercado chino, en el más amplio sentido, y por la necesidad histórica de reconocer una realidad, como hicieron la inmensa mayoría de los estados.
El anuncio del presidente Luis Abinader de imponer una veda a las inversiones de China en telecomunicaciones, puertos y aeropuertos es histórico. Que declare que un Estado legítimo, parte del concierto de naciones, que no amenaza la paz, que promueve una política de libre concurrencia en los mercados, sometido a una campaña de ataques por su competidor, Estados Unidos, no pueda invertir aquí, resulta inconcebible. Sólo podía ocurrir en República Dominicana.
El liderazgo político criollo ha racionalizado que esta nación bananera es una dependencia de Estados Unidos. Según la historia de los últimos dos siglos, el destino nacional suele ser decidido según mandatos de la Gran Nación. Pero obedecer abiertamente sus dictados es una aberración.
Todo el mundo conoce la campaña norteamericana contra China, que los países débiles maniobran y tratan de mantener su formal independencia en materia internacional y algunos reivindican su derecho a hacerla efectiva. Adherirse a los dictados de Washington en esas condiciones es vergonzoso.
El gobierno adelanta que seguirá a pie juntillas la posición norteamericana ante Israel, y “analiza” la mudanza de la embajada dominicana desde Tel Aviv a Jerusalén, una ofensa para el pueblo palestino.
Sobre el supuesto peligro de las inversiones chinas en áreas estratégicas, sólo habría que recordar que la distancia entre China y RD es de 13,906 kilómetros, que difícilmente materialice dos invasiones armadas o derroque gobiernos legítimos, como lo hizo Estados Unidos el siglo pasado, y que tampoco pretenda imponer políticas por su poder o arrogancia.
¡Qué vergüenza!