A los que aún no tienen metas definidas para este 2022 y a los escépticos y desesperanzados, a los sin confianza en sí mismos, hay que decirles que nunca es tarde para recomenzar, para volver a intentarlo.
Como sucede en cada jornada de nuestra existencia, muchas cosas no están dentro de nuestras posibilidades, pero quizá sea una especie de obligación vital aprovechar al máximo las que sí están a nuestro alcance.
La procrastinación, un pomposo y complicado término que sirve para definir la costumbre de dejarlo todo para mañana, para después, y que se apoya en la tan mentada excusa de “todavía estamos a tiempo”, suele ser una carga invisible cuyo peso se descubre al final de cada plazo.
Lo vemos cuando el trabajo postergado se acumula y finalmente nos obliga a robarle horas al sueño para terminarlo a tiempo y a veces ni siquiera alcanza con eso.
Lo notamos en las largas filas que se extienden en las dependencias oficiales cuando los vencimientos están cerca y una urgencia que camina contra el reloj se debate en su impotencia porque no hay nada que pueda detener ni estirar el tiempo.
De ahí que se hace necesario que, en estos días de finales y principios, nos hagamos la misma pregunta que algunos atribuyen a un sabio judío y otros a un haiku milenario: “Si no yo… ¿quién? Si no ahora… ¿cuándo?”
Acaso la única respuesta posible sea sencillamente comenzar, dar el primer paso, realizar un primer intento que seguramente originará un segundo hasta que estemos encaminados.
Cualquier momento en que se comienza será el correcto.
Es lo que recomiendan las leyes de espiritualidad que se practican en la India y, por considerarlas apropiadas para iniciar el año, transcribimos en parte:
“Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es entonces cuando comenzará”.
“Siempre es ese el momento perfecto para hacerlo”.
“Ya sea un estudio, una relación, un nuevo trabajo… nunca es tarde”.
“No hay que tener miedo a empezar algo de nuevo. Ni pensar: ya es tarde, ya soy grande. Cada instante es una oportunidad”.
