Recientemente, un funcionario visitó el diario elCaribe, y llamó la atención su proceder simple y sencillo, como el más humilde de los humanos. Impresionó tanto, que alguien le hizo un comentario al despedirlo, en la puerta. Y entonces dijo: -Es que el poder es una sombra pasajera. Y aunque desempeñemos un puesto, esa condición no debe modificar la manera como hemos sido durante toda la vida.

Fue inevitable para quienes conocen la historia reciente de la República recordar a alguien que pronunció la misma expresión más de una vez.

El magistrado José Alejandro Vargas, durante una sesión del Consejo Nacional de la Magistratura, comentó: “Lo peor que le puede pasar a un juez es pensar que es poderoso…”. Y que “del juez todo el mundo puede pensar que tiene poder; el único que no puede pensar que es poderoso es el juez. El juez lo que tiene es un privilegio que le otorga la sociedad para juzgar… Un juez que se crea con poder es un peligro…”.

El presidente Luis Abinader compartió el comentario con una expresión interesante: “Yo creo que todos los que creamos que somos poderosos, en cualquier posición de nuestras vidas, es un peligro, porque todo poder es pasajero”.

Es tan elemental. Pero muchos no terminan de entenderlo, y a poco de asumir las riendas de cualquier órgano o entidad que entrañe una relación de poder, se transforman, pierden el sentido de la realidad y se creen superiores al resto de los mortales. En muchos casos, no tienen que estar al frente de una institución. Basta con un carguito o un rol que propicie una relación de liderazgo o trascendencia social.

Es muy triste. Esa transformación empuja a hacer lo indebido, a volarse las normas, a actuar por encima de la ley, y peor aún, a apropiarse de lo ajeno, que son los bienes puestos en sus manos por delegación de propietarios, cuando se trata de la empresa privada, o de la población general, cuando se desempeña una función pública.

Sería saludable que las palabras del juez Vargas, la convicción compartida por el presidente Abinader, sean asimiladas por sus colaboradores y la sociedad toda.

Al final, todo pasa, incluso, la vida. De nada vale perder la sensatez por embriaguez de poder.

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