En estos tiempos tan difíciles que atravesamos, hay un elemento que nos sirve de apoyo, de consuelo y de estímulo para seguir adelante y nunca perder las esperanzas: El amor de Dios hacia nosotros.
Lo que le pasa al mundo con esta crisis del coronavirus, no es responsabilidad ni tiene nada que ver con Dios. Del Padre Celestial no viene nunca nada malo, el sólo tiene cosas buenas y promisorias. La Biblia dice con absoluta precisión, en Santiago 1:17, que “todo lo que es bueno y perfecto es un regalo que desciende a nosotros de parte de Dios nuestro Padre, quien creó todas las luces de los cielos”.

Y nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. él nos quiere tanto y tan profundamente que fue capaz de enviar a Jesús a morir por nosotros, borrar nuestros pecados y garantizarnos la vida eterna. Esa verdad está expresada de manera muy clara en Juan 3:16, versículo que es considerado como la piedra angular del cristianismo, el cual dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Dios nos amá y siempre nos ha amado. En él no hay condenas ni odios. Por el contrario. El es nuestro creador y tiene una gran misericordia y una gracia sin límites para cada uno nosotros. La Biblia expresa que la mejor definición de Dios es el amor. En 1era de Juan, capítulo 4, versículo 8, se afirma que “el que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”.

él Señor nos cuida, nos protege, nos da esperanzas para siempre encontrar mejores vías de solución a nuestros conflictos. él nos abre puertas para bien y cierra las puertas que nos pueden afectar. Para llegar a ese Dios misericordioso y amoroso existe una sola y única vía: Jesús. él es el hijo de Dios que se hizo hombre, vino a la tierra, se convirtió en hombre, sufrió y murió por nosotros, para restaurar nuestra relación con el Padre Celestial y para que alcancemos la vida eterna.

Y Jesús es el símbolo más sincero del amor de Dios por la humanidad, por los seres humanos. Todo su ministerio en la tierra estuvo basado en el amor por el prójimo, en la ayuda, en la solidaridad, en la entrega completa y sin límites por quienes le rodeaban. Jesús siempre decía que el amor que daba a los demás era el reflejo directo del amor que el Dios Padre le daba a él.

En el evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 9, Jesús afirma que “así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

El amor de Dios es inconmensurable y eterno. Jesús hizo realidad ese amor, cuando vino a la tierra y con sus enseñanzas trazó el camino. Nos dejó sus acciones y su ejemplo, el cual se resume como la esencia del amor. En Juan 15, versículos 12-13, no dejó claro lo que debemos hacer cuando dijo: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.”

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