Litigar es una técnica conformada por un conjunto de reglas que el litigante debe conocer a fondo con dos objetivos iniciales: 1) Aplicar estas directrices en su proceso y (2) evitar que la contraparte las vulnere. Pero, litigar también tiene mucho de arte, también por dos razones principales: 1) Cuando el litigante domina a la perfección las directrices, las puede romper, de forma consciente, para alcanzar sus objetivos; 2) Por incluir muchas cosas que nada tienen que ver con el tribunal ni las reglas del litigio, sino con el litigante, con su buen nombre, con su creatividad, con el respeto o temor que le puedan tener, con su presencia, con su cultura.

Por esto existen buenos litigantes que son agresivos en el debate y en el contrainterrogatorio y otros, igualmente efectivos, que son lentos y más reflexivos.

Recuerdo uno que en los contrainterrogatorios se paraba y acercaba al testigo con un libro record color negro debajo de uno de los brazos. Empezaba a preguntar y en algún momento se detenía, parsimonioso, tomaba el libro, lo abría y, al parecer, empezaba a leer algo y luego de un momento le hacía una pregunta sorpresiva al testigo sobre un aspecto que aparentaba haberlo leído en el libro record, y los testigos, normalmente sorprendidos, quedaban a su merced y empezaban a contradecirse. Una vez le pregunté sobre el contenido del libro record y me dijo: Bueno, hermano, a veces pongo un post-it con la pregunta clave que le quiero hacer al testigo, pero normalmente lo que hago es repasar los haikus que escribo, ven a ver, me dijo, enseñándome los poemas.

Otro litigante, alto, fuerte y de voz estentórea, a quien le precedía la fama de dominio y agresividad en el litigio, cuando entraba a un tribunal colegiado y sabía que el juicio era en contra de un fiscal nuevo, solía decir en la puerta del tribunal: La boca me sabe a sangre, me quiero comer un fiscal! Y decía en un tono que retumbaba y, normalmente, los fiscales que ya sabían de él, se ponían chiquiticos en sus asientos. También, cuando tenía un proceso complejo, solía usar un folder color rojo, lleno de jurisprudencias y fotocopia de leyes poco utilizadas por los litigantes, con las que sorprendía y me decía: Hermano, ando con el libro rojo hoy, ¡habrá sangre! (le decíamos “el libro rojo” al folder).

Recuerdo uno que contrainterrogaba despacio, reflexionando cada pregunta antes de hacerla, mirando hacia abajo o hacia el techo y agarrándose la nariz, la cual solo se soltaba para, con el dedo índice puesto en los labios, preguntar. Y era enormemente efectivo.

Es decir, existen múltiples estilos, velocidades, formas, y todas pueden ser efectivas. Obviamente, se debe partir del conocimiento de la norma, pero la efectividad de estos litigantes, y de otros que referiré en otra entrega, tiene que ver más con su personalidad y creatividad que con las técnicas. Lo que no se puede es romper las técnicas sin conocerlas, eso es desconocimiento y, normalmente, se paga caro en el tribunal.
Y, finalmente, la práctica, la madre práctica: aprender mientras se realiza, pues nada de lo referido lo enseñan en los libros ni en las aulas. ¡He dicho!

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