La unificación de las elecciones no ha logrado reducir el proselitismo, y las limitaciones contenidas en las nuevas leyes han tenido hasta ahora efectos muy mínimos. El tema es de cultura política, y por tanto, no solo involucra a los actores políticos, sino a la colectividad, en sentido general. Esta es una sociedad politizada y eso no se cambia con reformas constitucionales ni con restricciones legales.

Escenario actual

El proceso actual es el primero que arranca, desde el principio, con una serie de limitaciones contenidas en las leyes para reducir la duración e intensidad del proselitismo. Las novedosas restricciones pusieron a prueba la creatividad y el ingenio de los políticos y de los partidos, que han logrado hacer lo que siempre han hecho, aunque de manera más disimulada y con algunos matices, más de forma que de fondo. Uno de los partidos, urgido por seleccionar temprano su candidato presidencial, realizó un proceso interno al que le puso el nombre de “consulta ciudadana”. Otro partido realizó tres marchas multitudinarias, y no solo antes de la campaña, sino antes de la precampaña. El “motivo” utilizado para justificar esas actividades fue la conmemoración de tres importantes fechas: Día de la Juventud, Día Internacional de la Mujer, y Día del Trabajo. En adición a esto, todos los partidos, los grandes, los medianos y algunos de los pequeños, han colocado una gran cantidad de propaganda con el pretexto de llamar a la gente a que se inscriba en esas organizaciones. Cientos de aspirantes, a sabiendas de que aún no se pueden promover, han colado vallas y letreros con mensajes relacionados con los puestos que buscan, aunque sin mencionar esos cargos. Con eso no engañan a nadie, pero buscan “cumplir” con las leyes.

Los ciudadanos

Culpar a los partidos del constante proselitismo es lo más fácil y hasta lo más lógico, porque ellos son los protagonistas de los procesos. También se tiende a culpar a la JCE, porque le toca evitarlo. Pero hay una parte que casi no se dice. Se ha demostrado, en la práctica, que a los dominicanos les gusta el proselitismo, las marchas, el caravaneo. Las inversiones en actividades son cuantiosas, pero se siguen haciendo porque la gente acude en masa a las convocatorias.

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