Estamos en el regreso a clases y naturalmente los medios recogen el reto que supone atender a las necesidades de millones de estudiantes. Algunas noticias se refieren al mal estado de algunos planteles; mientras que otras apuntan al pobre rendimiento de los estudiantes dominicanos en las pruebas comparativas y el mal desempeño de la mayoría de los maestros en las pruebas del Ministerio de Educación. Lo que no se menciona es como corregir el atolladero causado por el 4 % en la educación. Siempre desconfiamos de la bienintencionada campaña a favor del 4 %, pues se desarrolló con la convicción que solo los retrógrados podían oponerse. Los políticos se montaron en el tren, conscientes del peligro que suponía para su supervivencia oponerse a un reclamo tan generalizado y vehemente. Pero nuestro malestar continuaba ahí. En ninguna corporación privada se decide gastar semejante cantidad de recursos de manera tan impetuosa. Contrariamente, los proponentes de un gasto importante en un determinado proyecto deberán pasar una serie de aprobaciones, donde se formulan infinidad de preguntas incómodas, que solamente pueden ser superadas articulando un plan detallado, basado en análisis, proyecciones, y metas para conseguir el objetivo. Es decir, lo importante es el plan y si este convence, se discutirán los recursos necesarios para llevarlo a cabo.

Con el 4 % ocurrió lo contrario, se reclamaron los recursos sin tener un plan detallado que lo justificara. Ante la ausencia de un proyecto, los recursos para elevar la educación dominicana fueron utilizados en una vasta operación de bienes raíces. Siendo así, innumerables terrenos fueron comprados y edificios construidos en toda la geografía nacional. Ante la urgencia de emprender tan ambiciosa iniciativa de construcción no se dedicó el tiempo y los recursos para diseñar edificios escolares adecuados a un mundo globalizado e impulsado por las tecnologías. No se tomó en cuenta que para elevar la educación es necesario comenzar por las infraestructuras. Qué diferencia presentan estos planteles públicos con los del Liceo Francés de Santo Domingo, que equivale a una escuela pública en Francia. Además, el repartir tantos planteles por todos lados, que en algunos casos, siendo justos, es inescapable, llevará a descubrir los que los norteamericanos aprendieron cuando Lyndon Johnson intentó superar las desigualdades raciales: las escuelas ubicadas en localidades desfavorecidas, con maestros de esa procedencia, perpetúan la desigualdad. Siendo así, sería conveniente, donde fuera posible, acercar las escuelas a centros urbanos, donde maestros de clase media con títulos universitarios puedan impartir docencia, aunque los niños sean trasladados a sus escuelas en autobuses. Asimismo, se debería estudiar la posibilidad de aumentar la población estudiantil por establecimiento para disminuir el enorme costo que supone el operar un sistema de miles de escuelas por todos lados.

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