Europa se ha ido convirtiendo en una de las zonas más colectivizadas del mundo. Cuando los países que la componen optaron por integrarse en la Unión Europea, esta decisión se fundamentó en una centralización del poder político, y no en un sistema que incentivara la competencia y defendiera las libertades.
Se convirtió pues en una Europa que inunda sus discursos con palabras como solidaridad, justicia social, integración racial, sostenibilidad climática, inclusión, y que desdeña al “excluyente e injusto mercado”. Desde un pedestal moral, se situó por encima del capitalismo y la libre empresa.
Y desde ese pedestal, permitió que el poder político lo invadiera todo, dibujando un escenario con todo tipo de intervenciones estatales: subsidios, regulaciones, controles, altos impuestos, complicados trámites burocráticos, puestos asegurados para toda la vida, regalos al que no trabaja…
Como resultado de todas estas retrancas intervencionistas y sus distorsiones, esta cuna de la civilización occidental y motor de la economía mundial durante siglos, atraviesa hoy una notoria pérdida de relevancia frente a potencias emergentes. De aportar el 30 pc del PIB mundial en 1960, la Europa de hoy representa apenas entre un 15 y un 17 pc del mismo.
Y la tendencia a seguir significando cada vez menos continúa. Es como si Europa estuviese ya en el camino a convertirse en un bello museo de monumentos antiguos.
Si a esta creciente irrelevancia en la economía mundial, se le suma la invasión de inmigrantes (promovida y respaldada por ese mismo poder centralizado, al que tanto permiso se le ha dado), su situación es más grave todavía.
Porque se trata de una avalancha de personas que (en su mayoría) no creen en los valores occidentales tradicionales, no se caracterizan ni por su buena educación ni por su capacidad de generar prosperidad, y tienen dos hijos por cada europeo que nace.
A Europa solo la salva un cambio contundente en su sistema, que lo lleve a cabo la mano valiente de líderes sensatos, dispuestos a tomar decisiones firmes e impopulares. Que modernicen y reduzcan su anquilosado aparato estatal para facilitar los negocios y las inversiones, que reduzcan su burocracia…y que controlen sus fronteras.
Se distinguen por el momento Giorgia Meloni en Italia, Mark Rutt en Países Bajos y Santiago Abascal en España.
Lamentablemente, son los menos.