Me dicen que en Madrid, Paris, Washington, México, Buenos Aires, Moscú, Pekín y todo lo que resta de mundo hay palomas fantásticas, juguetonas, comelonas, amistosas, mansas, bullosas y todo lo bueno que usted quiera. Pero no es verdad que se comparan con el gran premio que desde la llegada de los primeros invasores españoles recibimos cada día, noche y madrugada: las cuchucientas palomas del parque Colón, las únicas del mundo que se enredan gozosas en tus piernas aunque no les eches maíz. (Haz lo que yo hago para gozar su entusiasta amistad: acuéstate en el suelo, riega maíz sobre tu cuerpo…¡Y goza sus picudas caricias!).

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