Dicen los viejos que antes a un ladrón la gente buena les sacaba el cuerpo; que vivían solos y que morían sin gloria y sin pena. Dicen los viejos que en el remoto pasado nadie compartía con un ladrón, pues lo más sagrado era la honra de la familia, preservar el buen nombre y el ejemplo de vida para que no se fueran a desviar los niños. Pero entonces los ladrones se contaban con los dedos de una mano (y sobraban dedos), a diferencia de hoy, cuando abundan tanto que en una reciente fiesta navideña me encontré con dos a los que todos saludaban como “don”, “señor” y “usted”, ¡y nadie hablaba de ciertos hechos del reciente pasado!

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