El mejor día es, sin duda, el sábado, pues podemos coger el trabajo a vaina; es el día en que, después del mediodía, ¡fuego a la lata con el fin de semana!; es el día en que la primera prioridad son los amigos, para la chercha, el dominó y la parranda; es el día en que menos atención se les presta a los políticos (salvo aquellos que desperdician su sábado en reuniones de cualquier partido); es el día en que menos se duerme (ni siquiera la siesta), pues el verdadero descanso es el domingo; es el día al que cualquier columnista diario le dedica una apología como esta, porque está jarto de la machacona rutina que impuso la Ley de Extinción de Dominio.