Hace doscientos quince años, Haití se convirtió en la primera nación de Latinoamérica que decidió independizarse de Francia, para eso debió pagar una enorme indemnización que al precio de hoy rondaría en más de veinte millones de dólares. Además, debió reducir los aranceles en un 50 % para beneficio de Francia.

Hemos pagado por muchos años la consecuencia de la división de la isla, fruto del deseo de dominio de las potencias francesas y españolas.

Esa independencia de Haití nos costó una invasión de más de 22 años donde los haitianos robaron, violaron y mataron a muchos dominicanos.

Muchos han sido los intentos de presidentes como Trujillo, Balaguer y Bosch de advertir el peligro de una invasión de Haití hacia nuestro territorio. Trujillo, en un hecho altamente reprochable, asesinó a más de diez mil haitianos en lo que se conoció como la matanza del perejil y los cuerpos tirados al río Masacre. Trujillo, en unas declaraciones en Santiago, dijo que se manchaba las manos para proteger a las futuras generaciones de nuevas invasiones de Haití.

Balaguer, en un lenguaje áspero, declaró que no podíamos mezclar la limpieza de Santo Domingo con el sucio de Haití. Bosch predijo lo que sucede ahora, que la invasión no sería por medio de las armas sino una invasión pacífica que llenaría nuestros hospitales de parturientas, nuestros campos, la industria y el turismo de ciudadanos que cruzarían sin orden desde la media isla vecina.

Por años se viene advirtiendo del peligro que significa esta invasión. La mano de obra barata, en algún momento, porque ya no lo es, fue un atractivo tanto para los empresarios como para los mismos gobiernos que se hicieron de la vista gorda.

Chávez influyó mucho para que los gobiernos del PLD no tomaran decisiones importantes porque de por medio estaban los acuerdos de Petro Caribe.

Petróleo que nos ha salido caro, pero más aún es la indiferencia de Francia frente a los problemas de su antigua colonia, la que dejó esquilmada hasta el punto de que el costo de su independencia para pagarlo debió invadirnos y hacernos pagar algo de lo cual no teníamos nada que ver.

La crisis haitiana es una realidad que nos da en la cara. El gobierno del presidente Abinader ha tomado una actitud muy responsable, tanto en foros internacionales como medidas de protección de nuestra frontera.

Haití está presa de las bandas de narcotraficantes, en un caos próximo a un baño de sangre. Hoy sin combustible, a pesar de las compras que hacen en nuestra frontera y que también se benefician del subsidio que el gobierno nos da a los dominicanos.

Los líderes de Haití, si es que les quedan, deben pedir asistencia a nivel internacional, han demostrado su incapacidad en resolver solos sus problemas y las últimas intervenciones de Estados Unidos y otras naciones han demostrado tener poca capacidad, por lo que será necesario un mecanismo de cogobierno que por muchos años asegure el retorno a una institucionalidad por años perdida.

Francia a la cabeza, tiene que propiciar junto a otras naciones qué hacer para retornar al orden en este convulsionado país y combatir las pandillas que desafían al gigante dormido con el secuestro de misioneros de la organización Christian Aid Ministeries (CAM), exigiendo un rescate de un millón de dólares por cada misionario.

¿Qué podría suceder de no tomarse una acción que devuelva el orden? Sin dudas cada día el hambre y la desesperanza obligarán a buscar una solución. Hemos visto cómo los países del área retornan en masa a los inmigrantes que llegan a sus fronteras. Algunos de forma ordenada, otros a latigazos, pero todos en una dirección de evitar que más haitianos invadan sus países.

¿Cómo pensar que el país más pobre del continente es nuestro vecino? A principios de la década de los sesenta era en algunas áreas más desarrollado que nosotros. Las dictaduras, una clase política, empresarial y militar corruptas, junto con las desgracias de la naturaleza los han llevado a vivir entre el fango y la desesperación.

Hay que insistir que la solución no está aquí. Mucho hemos hecho como nación, también con nuestros propios problemas, además de ser nuestros vecinos poco agradecidos, no pierden la oportunidad para denostarnos internacionalmente sin tener en cuenta que somos los primeros en ir en su auxilio y que gastamos una parte importante de nuestro presupuesto en ellos y que casi dos millones viven en nuestro país y poco a poco se van adueñando de las estructuras de producción y de seguir descuidándonos, de la política. No dudemos que en poco tiempo ocupen posiciones políticas bajo el disfraz de haberse nacionalizado y siempre bajo la sombrilla de que somos una sola isla.

A Francia que no siga lavándose las manos como Pilatos, parecería que Haití les es ajeno y olvidan que muchos de sus problemas vienen del pillaje a la que fue sometida una de las colonias más ricas, al maltrato inhumano al que sometieron a su población.

Controlemos nuestra frontera y no dejemos de presionar a la colectividad internacional, que Haití es un barril de pólvora con una mecha muy corta.

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